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Sabiendo que somos pocos, y que contados son los artistas que viven del arte, en cada arte, el embudo se achica advirtiendo que, al final de la boca, tan solo saldrán un par. Esto hace que divulguemos menos la actividad de la competencia, y a su vez, el sistema de intercambio consigue que se divulgue menos nuestra propia actividad.


Para teñir el pueblo de sueños y fantasías, hace falta que tanto las obras como sus hacedores, los artistas, adquieran reconocimiento y ocupen espacios dentro del halo social.


Pero para combatir esta falta y siquiera poder pensar en algún tipo de industria cultural, no pienso que solo el Estado y los medios de comunicación deban proveer e invertir en plataformas donde el artista y su obra pueda exponerse, más bien lo contrario.


Sería, quizá, ideal, que mañana Uruguay lance setecientos concursos y sea España, pero esperar no tiene causa. Ni el Estado ni los poderes económicos, por mucho que uno quiera que apostaran en materia de cultura, a menos que intuyan la apuesta millonaria, jamás dispondrán sus chirlos.


En tanto, el rol de nuestros artistas contemporáneos, de querer fomentar y divulgar sus pensamientos y costumbres, es el de ponerse como ejemplo en la mira. Y, acorde a mi percepción, suelen hacerlo siguiendo variantes y conbinaciones de los modelos expresados a continuación.



Modelo colaborativo

Dentro de este, todas las partes comparten y son compartidas por estar en constante colaboración con otras partes creadoras del nicho. Algo que podría ser visto de astuto —sino de audaz—, y que seguro provee a los individuos con mayor cantidad de méritos que los que obtendrían por su cuenta.


Aun así, este modelo sigue fomentando lo chiquito del resguardo, de nichos que no terminan de acceder a los públicos grosso modo, incluso cuando alcanzan a ocupar espacios hegemónicos de cuando en cuanto. Al final, suelen tener una cede en una figura central acaparadora, que, de acceder al espacio, es la que declara.


Me guardo los ejemplos porque, justamente, somos pocos, pero hablo de figuras o eventos asociadas a otras figuras.


Hablo de burbujas chiquitas que no acceden a la remuneración económica a cambio de sus propuestas y que deben obrar por fuera de su arte y de su nicho para solventarse.



Modelo acumulativo o secreto

Este opera en las sombras generando un público que con suerte le hace culto. No pretende el reconocimiento del resto del medio como sí lo hace el primero, pero, aunque elude la colaboración, también elude el crecimiento.


Este modelo, si bien también parece ajironado con la idea de ‘pegarla’, aparentaría estar 'menos apurado'. Puede que opere directamente desde las sombras, como dije, pero en ocasiones pareciera desear que las masas lo descubran a raíz del ‘boca en boca’ o algo parecido.


Como es lógico, se sustenta por las vías del culto, del perfil adepto, el admirador, y el curioso.



Jugadores de agenda

Una tercera modalidad suele ser utilizada en alguna medida por casi cualquiera, siendo la táctica más exitosa y estratégica. Hablo de la jugada de agenda. Tanto el Estado como las instituciones privadas, tienen su agendas sociales basadas en el correctísimo político deseado para las fachadas de sus entidades. Asimismo, el diálogo con la realidad cotidiana, ayuda hipotético público a interesarse en las propuestas.


Bien utilizando esta modalidad, sin prescindir necesariamente del lobby, se puede conseguir financiamiento y reconocimiento a raíz de la agenda sociopolítica. Sin necesidad de acceder o pertenecer al nicho artístico X, se opera bajo el aura del artesano, persiguiendo la necesidad económica funcionando en apariencia como operante social, y, aunque no guste demasiado a las modalidades secretas, es de lo más parecido a un artista que tenemos.


Por supuesto que habrá combinaciones de los antelados, sino más modelos que escapan mi consideración. Pero al por mayor, esto es lo que entiendo que sucede —no en una sino en todas— las disciplinas artísticas a nivel regional.









Sintiéndome perteneciente al rubro de las artes escénicas, me parece increíble que muchos de mis colegas no estén exponiendo su obra en redes sociales. Me parece increíble no estar exponiendo mi obra en redes sociales. Que no estemos creando formatos pensados específicamente para las mismas, en un presente y un futuro que dicta una modalidad ya conocida, nos pone en un rol conservador contrario a toda percepción pseudo hippie que pueda gobernar nuestro arte.


Reitero, creo que el arte y el artista operan de cara al pueblo, e ir en contra del pueblo y sus accesos o posarse en las antípodas de un capitalismo que es plataforma de vida, me parece un abordaje inocente.


Pensar en las artes escénicas como las concebimos, esétera, me parece que tiene un valor humano inconsciente y anticuado, que no apela para nada a la comunicación, sino que fomenta lo reduccionista en el arte poniendo el culto por sobre la cultura, permitiendo que triunfe el amarillismo y que nuestra región no entienda ni siquiera la potencia comunicacional que entiende y aprovecha la religión y la política desde el antaño.


El arte es la herramienta política por excelencia y aquellos artistas que tengan voz y voto, que tengan intenciones comunicacionales, deben expresarse. No solamente para entretener o aliviar, sino para ser representantes o promulgadores de la diversidad de perspectiva de un pueblo. Para esto, el artista contemporáneo, deberá entender la plataforma en vigencia, y no solamente usarla como medio de promoción, sino que utilizarla como medio de creación.


Decir algo como esto me hace sentir atrasado supino al mundo. En todo caso, por mucho que duela, lo escénico presencial tienen lugar una vez que ya ha pasado lo digital. Es actualmente desde lo digital que alguien consigue la presencia del otro. Y esto no quiere decir que sea necesaria —como adelanté— la promoción de un evento, sino que el evento debe sucederse digitalmente. Y, cuando ya se haya sucedido y haya agradado, recién ahí, puede tomar lugar el evento presencial como suplemento.


Para el uruguayo esto suena duro, pero, aunque resulte molesto o pesimista, las artes vivas son en presente un lujo que pueden darse las grandes naciones, y en poblaciones como la nuestra, personajes económicamente privilegiados. Nadie propone su abolición, pero creo necesario comprender el capricho que supone intentar extraer de las mismas una economía que lo sustente y que además pueda actuar por fuera de una tradición a punto de extinguirse.


Podrá decirse que, dado que lo virtual ‘satura’ a las poblaciones, habrá un retorno a la presencialidad y al convivio. Pero pienso que este tipo de postulados solo oponen resistencias sustentadas en la desinformación sobre las intenciones de los poderes, o que, quienes las postulan, osan del privilegiado pensamiento adolescente siendo adultos, y creyendo poder cambiar el mundo, obvian el resguardo económico que les permite fomentar la austeridad.


El ‘hipismo’ moderno en el arte, está conformado por personas pudientes y, aunque me parece bárbaro —y por bárbaro tendrá su mérito—, no dialoga con el presente de manera incisiva, sino que plantea una forma de vivir la vida por fuera de lo contemporáneo y de lo futuro. Puede encantarnos, pero los valores humanos que plantean se ven constantemente desactualizados, y, en tanto, pienso que deberían ser conscientes de su embanderamiento por sobre lo antiguo, definiendo desde este punto su lucha o perspectiva. Manifestar si creen o no creen en los galpones antes de que exista la regla del cubo de los museos.


El artista contemporáneo, en un país como el nuestro desprovisto de una tradición que lo resguarde, debe comprender las plataformas de expresión vigentes y operar dentro de las mismas. Intentar superarlas, bordearlas, o excederlas, habla no solo de la actividad caprichosa antes referida, sino de una inocencia infante por fuera de toda romanización sobre el infante que a priori significa ‘que no puede hablar’.




En el teatro local entiendo que está sucediendo un fenómeno al que me gusta llamarle el auge de las productoras. Como idea exportada, aparecieron en los últimos años en casi cualquier proyecto de teatro o música independiente. Me explicará el patriarcado por qué, pero generalmente mujeres orquesta, que se encargan de llevar adelante un confuso rol entre la organización del proyecto, la gestión necesaria para que el mismo se lleve a cabo, encargándose también de la economía y finanzas, cumpliendo en tanto funciones de tesorería, de administración, y muchas veces de comunicación o hasta de diseño gráfico.


Haciendo a un lado este señalamiento que viene además de la mano del señalamiento de que generalmente lo que producen son proyectos dirigidos por hombres, paso a pensar en el fenómeno en sí.


Es un hambre metafórica ―aunque con tintes de literalidad teñida de metáfora de privilegio para subvencionados de clase media que hacen arte―, donde ruge el deseo por generar ingresos a través del sueño de un estilo de vida artístico y aún más privilegiado. Así, todo proyecto independiente se provee de alguien que pueda facilitar esta posibilidad hasta donde se pueda. Digamos que lo independiente intenta profesionalizarse siguiendo un inocente protocolo de campaña de éxito.


No podría asegurar que este fenómeno se dé, por ejemplo, en ámbito musical que —a mi entender— funciona de manera muchísimo más independiente dado que sus requerimientos básicos constan de que cada musico cuente con su instrumento. Algo que data de varios privilegios, pero obviándolos, el carácter de la música además se presta para una modalidad de creación espontanea en la que incluso se pueda a llegar a un encuentro provisto de conocimientos para que en el colectivo surja el inicio de una pieza.


Incluso, y según tengo entendido, esto llega a darse en el ámbito espectacular del toque, del concierto, o del recital. No hay dudas que ensayaran las bandas, pero cuando hablamos de la modalidad de invitados, cada músico puede estudiar por separado poniéndose a prueba en el par de ensayos previos a la actuación frente a un público.


Por otro lado, las ramas del arte que prescinden del ensamble, como las artes plásticas o literarias, pueden encontrarse o agruparse sin dudas, pero será casi que exclusivamente en talleres, exposiciones, o editoriales, que suelen funcionar como espacios de difusión o acompañamiento, escapando del diálogo en el que se manifiesta y se responde el manifiesto.

Mientras que aquellas artes que dependan sí o sí de la coordinación de partes para efectuar la pieza, como el teatro, la danza, o las artes performáticas, se ven implicadas en una actividad social continua de cara al resultado, dependientes no solo de instituciones, sino también de pares.


Me uso del medio teatral ya que por verme involuclado puedo permitirme hablar con mayor libertad y dar mejores ejemplos. Aunque sin dudas, el resto del macro artístico de nuestro país siente también una problemática de carencias, tanto económicas como de plataformas para la expresión.


La oportunidad en el teatro prende del subsidio y este prende de la ideología que quiera ser reforzada por la entidad de turno. Existen posibilidades independientes, nadie impide que uno escriba un monólogo y lo presente en los bares, o que haga teatro en su propia casa. Leonor Courtasí o Bruno Contenti dieron buenos ejemplos en esta materia. Ahora, si hablamos de trabajo o públicos, la potencia varía.


Se asume la dinámica como un proceso de reconocimiento lento que tiene como resultado la aprobación de alguno de nuestros medios hegemónicos al acercarse. La necesidad económica hace que el artista acepte tratados de agenda a sabiendas de que deberá sacrificar parte de su arte, porque estas plataformas no suelen estar preparadas para recibir lo que podríamos llamar de lo borde o lo alternativo.


Los artistas periféricos que alcanzan tales invitaciones luego de largas trayectorias corren bajo el lema de algunas opciones: o se adaptan, o ya operaban bajo el marco de estas fuerzas tradicionalistas en la búsqueda de engramparse a un puesto que les fue ofrecido, o, se niegan quedando en esa sombra que crece en la esperanza de que el hacer reiterado, profesionalizado, termine por dar algo parecido a un fruto. O más bien la posibilidad de dar clases, de publicar libros, o de aceptar —por necesidad— alguna de las propuestas antes mencionadas.


Entiendo que hay quienes se usan de fórmulas que apuntan directamente al usufructo, sin importar ni la investigación ni el contenido haciéndose con éstos como exedente de sus experiencias. Y quienes buscan la forma de que su investigación y su contenido termine por dar alguna clase de remuneración.


El arte mal llamado de 'comercial' o que se piensa para lo comercializable, aunque se diga que sirve más de lo que quizá debería a la formación del pensamiento de las masas, opacando de manera radical a aquel que —por capricho— se presente críptico o pesado, nos habla de accesibilidades e intenciones para con los públicos generales.


Intuyo entonces cierta responsabilidad de esta área de la comunidad en torno a la adaptación de sus propuestas —y antes que nada me hablo a mí mismo—, para poder competir por el ojo del espectador, fomentar lo alternante, y comercializar el arte pensando en posibilidades de industrias. Ya que, aunque podamos diferir con la frase del director de la Comedia Nacional «el teatro es de quien lo hace», sabemos que tiene razón a menos que se le cambie el sentido.


Quiero decir, es cualquier arte, lejos de la producción de resultados y ganancias, una instancia fenoménica, simbólica, y metafísica, donde un grupo de especímenes se reúnen a crear un código estético que —si bien está influenciado por lo cotidiano de nuestro mundo globalizado, de la estética que nos rige, esétera— abre un portal a otra realidad que se quiere compartir. Siendo ese su objetivo.


Así la responsabilidad, dista de esperar la invitación semiformal de los medios que tengan la varita mágica del reconocimiento y la promulgación. Cuando esa instancia llega, me animo a decir que es imposible la idea de ‘romper desde adentro’. Aun menos lo popularizado de ‘ocupar los espacios’.


¿Crear espacios entonces? Puede ser, pero más que espacios, plataformas con perspectiva.

© 2025 por Agustín Luque.

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