top of page


Aunque la Cultura —con capital mayúscula— se centre en el presente pensando en la notoriedad, en las ventas, o en los clicks, el mundo positivista avanza por sobre regiones como la nuestra sin que nos lo planteemos en la diaria. Las necesidades especistas tienen su agenda y hacia ella caminan en todas sus áreas, buscan el orden global, la sustentabilidad, y la prevalencia de la especie intuyendo incluso la pos especie.


En la cotidianidad, pensar en el futuro suele ser visto como un despropósito. Los agentes públicos que actúan en los medios de comunicación tradicionales obvian completamente este aspecto del desarrollo de la especie humana, centrándose en la política de turno, o en la cultura de turno. Sin ver más allá de la situación país a corto plazo, buscan interceder en ésta, enfatizar o ‘acercar’ conocimientos, pero no lo hacen seguidos de una visión del pasado mañana. Piensan en el mañana como algo semejante al ciclo político, como un resultado que verán en su período de vida. Y, de hecho, divulgan sobre un mañana alineado con sus intereses políticos intra-país haciendo a un lado lo global. Dejando de lado a la población respecto a los intereses globales.


Lo territorial, en los tiempos que corren, importa si y solo si se tiene conciencia global. Los territorios que no son Potencia o que no tienen poder nuclear, no deberían seguir el ejemplo comunicacional de los medios de las Potencias que comunican derramando la información por los patios traseros que tienen. Instar guerrillas digitales en primera plana, ayuda, como no, al debate político de territorio y promueve la libertad de expresión. Pero, aunque sea un mal necesario, más necesario es, a mi consideración, reconocerse como un territorio cultural, dejar de jugar al Nacional Peñarol y jugar el mundial de la Cultura en el que se está perdiendo.


Y no hablo de dominio. Las potencias son potencias y una región como la nuestra nunca podría serlo. La cuestión es: ¿qué deja esta región cuando la globalización, de acá a cien, a doscientos años, termine de sucederse?


Cuando se habla de globalización se suele tomar la misma como una cosa tan asumida que es obvia. En tanto, como dije, se obvia. Se toma por obvio el capitalismo, pero no se lo entiende, se lo toma por sinécdoque. El capitalismo es la plataforma, o el nombre del convenio social que le fue dado al sistema en el que vivimos. La globalización, distinta al capitalismo, es su máxima, un poder mundial. Trata de una cultura por sobre las otras, una cultura que absorbe las otras. La globalización, es una intención-especie generalizada. La misma se da mediante el uso del Poder.


El Poder —con pe mayúscula— es la fuerza que ejerce un sujeto por sobre otros que tienen el conocimiento de que el primero, podría aniquilarlos, perjudicarlos, o eliminarlos de una o varias sociedades. El Poder, actualmente, está sujeto a tratados especistas implícitos, porque la sociedades existen. Y las sociedades existen porque existe la cultura.


La cultura, es todo arraigo o sentido de pertenecía que tenga un individuo para con una región. Todo conocimiento, pensamiento o costumbre que tenga un individuo para con una región. Así, la cultura, es el ingrediente limítrofe por excelencia, es lo único que frena la fricción de la intención de una Potencia con intenciones de globalización.


Los medios esconden lo cultural entre sus páginas y portales. Se sacan carpeta a través de la Cultura por las vías de unas pocas reseñas, sin dar lugar, o sin destacar la opinión o el estudio sobre la misma. Si lo hacen, suelen mecharlo junto a otras opiniones que no persiguen lo cultural, ofreciendo muy pocos caracteres, y sin contar con las perspectivas de las figuras relevantes fuera de la entrevista.


Hubo una época, donde era raro que un artista no tuviera su columna en uno o varios medios de prensa locales, hoy, o no se dan los espacios, o no existe ya el interés.




Y sí, es brava la vida de la arista que se sepa artista moliendo como loca el alimento que llena la boca exclusiva de una deidad que cuando puede acaricia y llama 'Arte'.


Hace años escuché decir a Aníbal Pachano (a Aníbal Pachano, sí), que él era artista porque era reconocido como artista. Aludiendo a qué, si la otredad no te determina, uno no puede ponerse semejantes trajes y andar de galera. Al menos no en la tele.


Es cierto que cualquier artista que llega a través del tiempo para sacar su lengua y acariciar con su nombre nuestros tímpanos, fue reconocido. Quienes no, aguardan su consagración en secreto o están muertos y olvidados esperando que la arqueología editorial los recoja bien recogidos en sus tumbas.


La lógica del reconocimiento sitúa al artista como un sujeto de oficio sin título, que, dentro de ese oficio, se dedica a una especificación. Como si un médico fuera pediatra sin ser médico, pasa seguido que un bailarín diga que es bailarín pero que no es artística. Incluso, increíblemente, sucede que un bailarín, estudioso y practicante de la danza, no se diga de bailarín.


Bailarines, actores, músicos, pintones, serían bailarines, actores, músicos, y pintores, porque bailan, actúan, tocan, y pintan. Pero, aunque popularmente se llame a la danza, a la actuación, a la música, y a la pintura, de ‘artes’ o hasta de ‘Artes’, quienes se ejercitan en las artes particulares pueden desasociarse o ser desasociados de su oficio.


Analizando esta lógica con ojos inocentones, podría pensarse que artista es quien colecciona un puñado de artes sino todas bajo su acervo. Que, dado que el arte es la suma de las artes —no solamente las mencionadas, también la fotografía, la escultura, esétera—, el artista sería aquel que se desempeñe en cada una de estas. Hablaríamos entonces de artistas multidisciplinarios.


Que los hay los hay. Los actores, frecuentemente, estudian además de actuación, danza, canto, u otras disciplinas pertenecientes al reino de las artes, sin llamarse a sí mismos —a priori— bailarines o cantantes. Es normal que un pintor se desempeñe en otras áreas de la plástica, que un escritor sea dramaturgo, novelista, y cuentista. En general, cada oficiante interconecta su arte con otras sub áreas de la misma o incluso con otras áreas de otras artes, dominando o ejerciendo varias prácticas con la misma rigurosidad, o, hasta combinándolas para alcanzar su obra.


La obra no tiene por qué ser multidisciplinaria y tan a menudo lo es como no lo es. La obra, como acumulación de material artístico empírico perteneciente a un x —ya haciendo a un lado la inocencia ejemplificativa—, suele ser el factor determinante para que la consagración se suceda y que el sujeto pueda decirse de artista. Pero ¿es la repercusión o el público conocimiento de la obra lo que finalmente ofrece el titulado?


Suele usarse como ejemplo de esto a Van Gogh, pero hay demasiados ejemplos de reconocimiento póstumo. Para esto, hasta donde sé, no hay escalas. Se ‘redescubren’ artistas constantemente. El reconocimiento puede ser sectorizado o masivo, puede tomar lugar en un período de tiempo dado, sucederse estando vivo o muerto el autor la obra. Van Gogh data de un reconocimiento tardío, que puede decirse de tardío si se lo compara con su estilo de vida subsidiado por su hermano pintando en residenciales. Su nombre y su obra es reconocida mundialmente, pero lleva menos de dos siglos en vigencia. Muy poco.


Levrero —para tomar un caso local contemporáneo— fue reconocido por unos pocos durante su vida, pero su reconocimiento creció significativamente luego de muerto captando el interés de las editoriales y aumentando su caudal de lectores hasta volverse —más o menos— un nombre respetado en el campo literario hispano.


Sabemos que Levrero era estimado por un pequeño grupo de conocidos funcionando de lectores, que había publicado aquí y allí de manera casi artesanal su material, que había ganado la prestigiosa beca Guggenheim —para la que se necesita tener trabajos publicados, contar con críticas, y referencias—, y que, aun así, fue su familia la que se esmeró en realzar la fuerza necesaria para divulgar su obra.


En cualquiera de estos casos, como destacó Pachano, la otredad tuvo que reconocer la obra para tildar a los sujetos de artistas. Pero, para que su obra fuera reconocida por los agentes del poder, antes, particulares (familiares, amistades, colegas), tuvieron que haber reconocido las cualidades que hacían al sujeto, dar oportunidades o ser testigos, nada menos que de un artista.

Refiero justamente a estos dos casos porque ambos, aunque en condiciones diferentes, dieron prioridad a su obra sin rozarse demasiado con lo popularmente conocido como medio. Fueron figuras que, en un entorno acotado, eran entendidas por su oficio, incluso estimadas, admiradas, y adoradas por su actividad. Y que, carentes de reconocimiento, vivieron vidas austeras donde seguían soñando con el goce de un público invisible.


Esto lleva a pensar en cuántos artistas nunca llegarán a ser reconocidos, o en cuántos artistas de escaso éxito fueron reconocidos en vida y olvidados. Sin ir más lejos, el trabajo del interprete, previo al cine, enfatiza un artista del que no se tiene registro más que por las vías de lo anecdótico o por la tradición oral.


Y haré aquí este hincapié: realmente creo que es condescendiente con el título de artista la creación de una obra, porque el artista obra, trabaja. El problema nunca deberá estar en la definición de obra, la obra, es, justamente, un trabajo. El problema yace en la relevancia social que puede o que podría tener una obra, en cómo medir esa relevancia, o cómo y quiénes la pronostican o la implementan, en cómo se registra esa obra y dónde se registra.


La durabilidad y la vigencia de dicha relevancia social, ontológicamente, tampoco tendrá importancia luego de que el tiempo cumpla su cometido de pasarnos por arriba. Por ejemplo y sin pensar en un futuro demasiado lejano, cuando la tecnología avance como avanzó sobre el pergamino el libro, la imprenta, y la computadora, mirando trecientos o mil años adelante, es difícil imaginar que Pachano sea recordado como artista, incluso pudiendo prever alguna clase de biblioteca supra-digital parecida a la que ya tenemos. Incluso es difícil pensar que Van Gogh sea recordado.


Tenemos una historia del pensamiento que abarca muy poco tiempo en comparación al tiempo del planeta que habitamos, y ni hablar de los tiempos de otras macroestructuras. Si realmente nuestra especie perdura el tiempo suficiente como para conquistar los horizontes de expectativa que hoy día ocupan el pensamiento científico, es posible que allá nadie sepa de Eurípides, de Shakespiere, y mucho menos de Van Gogh, y mucho menos de Levrero.


Quien tenga el privilegio de interesarse lo suficiente por alguna de estas traducciones del mundo que llamamos de 'arte', entendiendo además su importancia social y especista, andará intentando chocarse con cuanta pared se cruce para ver si uno de los mil picaportes que chupa, una de las mil llaves que prueba, abre alguna puerta a no sé dónde. Posiblemente a la clase de plataforma apta para sostenerlo, para exponerlo junto a su obra.


Esto me lleva a la pregunta crucial de este argumento: ¿por qué es importante que el artista tenga su título en la sociedad? Si nos vamos hasta la Republica de Platón, ya podemos encontrar una respuesta, el artista confunde o tergiversa la realidad mostrando imágenes de ésta, sombras que no permiten ver la realidad real desbalanceando el discurso general, yendo en contra del positivismo.


Si pensamos en el uso político que ha tenido y tiene el arte, podemos ver el reflejo de este pensamiento. Desde el teatro greco, a la propaganda religiosa, llega a las serie de Netflix, es usado constantemente en formato de bufón, suaviza y endulza los mensajes de los Poderes.

Frecuentemente, en la búsqueda de la exposición de su obra, el artista debe mediar con los poderes y trabajar para ellos con el fin de colar entre el discurso que se le encomienda una mirada. Pero el artista es el ciudadano que tiene alguna mirada sobre el mundo y la quiere compartir con la sociedad, se aliñe o no se aliñe con un Poder, no solo es quien divulga la mirada de los Poderes.


Uno podría preguntarse por qué el artista tiene el afán de que su mundo interno o externo sea popularizado. Puede atribuírselo a lo narcisista, o al onanismo de particulares. También puede entender cualquier mirada como sesgada y cargada de intención política, y preguntarse para qué queríamos que el artista aparezca como figura social. Pero considero que, es la mirada de un particular, junto a la popularización de su historia, lo que aporta a la historia del pensamiento y de la cultura. Es el registro de ciudadano que compartió su mirada con la sociedad.


Lo mismo pasa con otras figuras públicas, sí, como pueden ser las pertenecientes a los mundos de la política, el pensamiento, o la ciencia. Realmente dudo que importe si quien desarrolla una postura es de aquí o de allá o si piensa de qué manera, lo que importa es lo que queda, el registro.


Porque el artista, éxito aparte, trabaja para reflejar un presente que será analizado en el futuro, con o sin conciencia de ello, busca la trascendencia de su mirada. Así, la acumulación de obra será importante en tanto el individual pueda obrar reaccionando a su presente de manera organizada. Porque será el orden o la intención del artista sobre su obra, lo único lo distinga del ciudadano que opina en los foros públicos.


Éstos también servirán de reflejo de una época, pero sin haber elaborado un discurso siguiendo la intencionalidad de obra, se albergaran en una o varias representaciones públicas que serán explicadas en el futuro.


La campaña de éxito que tiene un artista, semejante a la campaña política, al manifiesto ideológico, o a la teoría científica, no promulga el éxito del individual, sino que anhela el éxito de un gen social, de un puñado de costumbres, de una mirada sobre la vida.


Hoy, cuando la política de medios es también contraria a la empírea, cuando el pensamiento se encierra en la academia, y la ciencia avanza sobre la sociedad sin interés en la cultura, el artista es quien registra la memoria de nuestras metáforas.

© 2025 por Agustín Luque.

  • Youtube
bottom of page