- Merwina Londés
Con motivo del mundial de croquet, mi familia materna se apelotonaba en el cuarto de mis abuelos paternos. Es bueno saber que éstos pasaban con los ojos pegados a la pantalla, y desde siempre se colgaban del cable de los vecinos. Según entendí, una parte de mi familia estaba desesperada por mirar el evento deportivo, y la otra, tenía el dispositivo proveedor.
Mi profesor de matemáticas de tercero estaba fastidiado con la situación dado que daba su clase en la mesa del comedor. Familiarmente se lo entendía como un desgraciado, mi tía comentaba sobre esto, le había invadido la casa la familia de su nuera, y su esposa pasaba la tarde cocinando las galletitas que tradicionalmente funcionaban de cortesía para sus alumnos. En esta oportunidad, se las tragaría la familia contraria en su cuarto.
El ruido de la tele tapaba las cuestiones intimistas con festejos, pero de tanto en tanto se escuchaba en el pico de una discusión una barullo de meadas. Mi abuelo levantaba la voz, intentaba continuar, pero impedido, se encargaba de comunicar que él no tenía nada que ver con el deporte de manera tal que los adolescentes transmitieran a sus responsables que la familia de mi madre no tenía cable y que por eso estaban en su cuarto.
Mis compañeros de mesa se figuraban que adentro de su cuarto yacía instalada la familia uniformada de casacas oficiales, sentadas en sillas playeras, con pitidos, banderines, sombreros, cornetas, martillos y pelotas inflables. Esto, invadía la mesa como un circo cuando mi abuelo se iba a clavar sus refuerzos a la cocina. Quejándome con mi padre, él decía que me merecía la vergüenza que vivía por haberme llevado la materia a examen.
En una de las veces que mi abuelo se va, le cuento a Grifilda que me gusta leer y ella me dice que no lee, lo que me parece raro, porque soy yo el que no lee demasiado y le había dicho que leía porque siempre la veía leyendo a ella. Luego prende la tele en la cabecera de la mesa y se ve partido. Comenta que sabía que andaba la televisión.
Grifilda estaba convencida de que mi abuelo les estaba mintiendo. Roza su pierna con la mía, le sigo juego. Me obliga a escribirle una lista de las personas que están en el cuarto en su cuardernola a fuerza de la excitación que me produce. Lo hago, pero no alcanza, tengo que sacarme fotos con cada uno de los integrantes de mi familia comenzando por Noharto[1]. Me saco fotos por los pasillos del liceo, con Ezequiel que es un gigante y luego con la Chica Pañuelo que habla de cómo molesto a los profesores. Grifilda se da cuenta de que no son mis familiares y quiere sobornarme diciendo que si le digo lo que pasa adentro del cuarto me dejará tocarle la cola debajo de la escalera de la escuela. Estamos ahí y apunto con la linterna verde que titila, la que me trajo mi padre de Estados Unidos. En cámara lenta la pija de Xazuón, la cara de Delmiro, el pantalón verde manzana de Grifilda. Estábamos toqueteándonos en la escuela.
Paula —teacher de inglés— nos rezonga porque nos escapamos de gimnasia, nos lleva hasta la clase y al abrir la puerta el tío Manolo de musculosa se sentaba frente al partido en la orilla de la cama. Sobre ésta, mi tía y mis primos dormían la siesta. Mi abuela cocinaba en un horno que remplazaba una de las mesas de luz, la ayudaban discutiendo mi tía y mi madre. Donde iría la cómoda, se jugaba a la conga, y a todo esto pasaba la clase.
[1] Noharto, el príncipe. Uno de mis avatares principales. En mi mundo se escribió una novela que lo tenía como coprotagónico, pero fue un standing off, todo el mundo le puso a su hijo Noharto y ahora la gente no sabe ni de donde viene el nombre porque en mi mundo la gente tampoco lee. Entonces hay muchos Nohartos por acá y por allá, pero este Noharto es un Noharto específico, Noharto Real. También, a veces, cuando digo Noharto, me refiero a algún tocayo mío sí, pero sobre todo a uno, Noharto Harto, mi mejor amigo de la escuela (pero este no es el caso, aquí me refiero a mi primo),
- Merwina Londés
A la espera de dar un examen en el IAVA me encuentro con Maribel, mi amor de la infancia, en uno de los patios. Nos abrazamos, hablamos un poco, y lamentablemente se va, estaba apurada.
En la bedelía —que estaba en la entrada y no dónde va la bedelía— diviso a Britania, debía estar haciendo la fila para inscribirse y decido acercarme con la excusa de que atendí al lugar con la misma misión. Cuando ve por dónde va la mano se quiere ir. Luego de insistirle varias veces con que va a perder su turno, argumentando con lo difícil que es conseguir cupo en un centro educativo tan prestigioso como este, vuelve a la fila. Me pongo detrás de ella y le digo: «escúchame, me gustás», se da vuelta y me pregunta si mi acuerdo de que hace años dejó al novio para estar conmigo y yo la dejé porque me gustaba Maribel.
Le pido disculpas, admito que tiene razón. Le digo al oído que ahora cada vez que pienso en alguien para tener algo serio es la única que se me cruza por la cabeza. Que sólo alguien inteligente, linda, y divertida, como ella, es en quien puedo pensar para llevar adelante un amorío. Entonces veo que se le escapa una sonrisa y le doy un beso al lado de la boca. «Además tenés esa sonrisa tan linda». Y nos besamos. Y se ríe. Y me río.
- Merwina Londés
El salón de dibujo parecía una sitcomedia en plena prueba de yuxtaposiciones. Con Nacho no parábamos de divertirnos en base a lo que fuera, un comentario, una entrada. Éramos reidores. Tentados me insiste para que me siente al lado de The One (alumna nueva de la clase con el pelo decolorado).
Custodiando la puerta vemos al profesor hablando con la profesora de lenguas, compenetrado, alcanzó a escuchar algo, su hija habría dibujado un globo atado con una cadena de pildoritas. «Como crecen» decía.
Algo en la breve mención a un globo en el cerebro de Ignacio hizo un efecto de asociación de ideas didáctico hasta que se le ocurre que sería divertido inflar un condón y tirárselo a The One en la cabeza. No sé cómo, pero logra convencerme ideando un plan en el que para acercarme a ella podría decir que me alejé de la puerta por la corriente de aire.
La Gusanera —que obtiene su apodo por rascarse mucho el culo— se sienta enseguida en mi lugar fingiendo acaloramiento, y Nacho, al entregarme el condón, me dice que es una maniática alcahueta, que hay que tener cuidado. Ya instalado, inflo el preservativo y soy celebrado como un héroe. Pegándole una palmada, con el lubricante en los labios, el condón empieza a pasar de mano en mano rebotando en el aire entre los divertidos.
The One no mira, está meta regla, meta escuadra. Un poco me desilusiona, porque, más allá de eso, me sentía como un héroe, casi que aplaudido. Nacho estaba: «¡a la nueva, a la nueva!», y la nueva mira, pero me parece que no hay manera de gustarle luego de tirarle un condón en la cabeza. Impulsivamente intento tirárselo a mi amigo, pero se desvía, la Gusanera había avisado y le reviento la cara al profesor de matemáticas que no sé por qué estaba ahí.