Estética de pop-ups para un mundo que molesta, Esétera se presenta en obras y con invitaciones que en este artículo serán expresadas como hipervínculos.
*Salvo la primera, cada palabra subrayada indica un artículo o segmento de Esétera donde el concepto en cuestión se trata o se amplía. Notarán que, varias de estas palabras, ya que estamos en obras, llevarán a veces a los mismos artículos antes vinculados. Esto, lejos de querer reflejar intencionalmente una carencia, se justifica en el nombre conceptual de nuestra editorial, más de lo mismo.
Aunque intencionado a hablar de arte y de cultura, me veo tentado a que esto trate del inédito decir productivista sobre el encare del año, o del estrafalario contador de minutos de vida .
Por dos vías paralelas, quería cuestionar otra vez la pregunta de cuántas vacaciones nos quedan, la sensación de que nos persigue la fecha de nuestra muerte marcada en un calendario.
Arranco entonces señalando la promiscua metáfora de acumularse en un balneario ‘ido para arriba’, de seguir la manada del turismo interno beneficiando los cuatro rincones por los que también se pasean las derechas en su ritual de tramar nuevas estrategias para vender su falopa neoliberal. Más allá de que estamos a junio y todo en Uruguay llega tarde —hasta Esétera—, me aterra que, tras la visita al sitio popularizado surja la queja de que al ir haya gente o de que no haya nadie. Termina destacando eso en lo anecdótico más que la aventura de haber ido.
Existe un esperable inconformismo sobre la vacación, que, como Esétera no es una editorial de turismo, me obligo, ahora sí, a comparar con el arte.
A la vuelta la ciudad asco —del chapuzón a la sequía— se vuelca esto en algo parecido a ese parque temático del charquito formado por un caño roto. Fingimos demencia tomando la chela mientras el trasfondo, desdibujado, en paralelo, nos encierra con las cintas pare. ¿Esas son las balizas que nos quedan?
Permitiéndome reacomodar la cuestión, pensando ya en las capitalización de esos paraísos fiscales en medio de la selva citadina, los espacios culturales, y no hablo solo de locales, sino de corrientes, se alzaban cuando enmudecieron con la pandemia.
Supongo que más de una persona fantasiosa coincidirá en que el hecho artístico se da de a períodos, de a pausas. Existen las temporadas altas, de grandes movimientos, para recaer después al icónico silencio creativo de las placas tectónicas. Es, de muchas maneras, parecido al turismo de un planeta de estaciones prolongadas. Planeta que cada vez se parece más a este.
No es que me esté planteando ni deseando que todo sea bullicio, sino más bien cómo este bullicio, estando orquestado por entidades normativas en formato corralito, con una escuela dada según sus conveniencias de agenda, nos narran un medio escindido con un adentro y un afuera de la bataola del tren.
Por 2019 nos cuestionábamos esto mismo con Tania caminando por una Montevideo invernal llena de sueños mudos que, producto del vino, estarían arañando los balcones. Imaginábamos abundancia de arte callejero, teatros colmados, galerías y montones de ilusiones que se terminaron de aplastar con la crisis del murciélago. De allí salió el primer volumen físico de Esétera en noviembre del 2021.
Como tantos artistas, durante el 2020, por las vías del tele-trabajo, el tele-estudio, y todo lo que implique centralizar la base de operaciones en una pieza, crecí significantemente mi obra. Sintiéndome más extrañado de lo común, en las primeras fiestas clandestinas, donde uno se ponía al día con las caras de los acquaintances que solía ver trotando el mar de lobbies, me encontraba por accidente en la puerta de cualquier barsucho criticando amparado en lo que hacía, desde la sombra de algo que todavía no había sido dado a conocer.
En la postpandemia, me animo a decir que algo de esto varió. La crítica sigue, pero la meta crítica dio a los criticones la noción de que la mala lengua distanciaba. Quizá producto del endulzamiento por la ausencia de artes vivas, se permitió la sorpresa y el elogio. Y aunque la situación siga más o menos por el mismo riel, hasta en el silencio quedan reverberando los pensamientos que toman por necesario el diálogo para formar un medio más o menos sustentable.
Los comentarios de un espectador del medio artístico, promedio, tendían a lo vampírico en el sentido de mostrar los colmillos ni bien empezada la obra para desparramar la sangre en la desventura de la salida. El despotrique, al menos en el mundillo al que pertenezco —al del teatro— es un cliché permanente e innegable. Todos lo hubiésemos hecho mejor, hubiésemos utilizado mejor el fondo, actuado mejor, iluminado mejor, esétera.
Esto, como por suerte ya escuché decir por ahí, a mi entender tiene que ver con la falta de comunicación entre los hacedores en términos de lo esencial al arte. Las conversaciones entre pares —salvo en la intimidad— suelen ser triviales apuntando al desglosado de una carpeta de proyectos que los interlocutores se prometen, se auspician, o se promocionan. La falta de discusiones sobre políticas artísticas, pero, sobre todo, sobre procedimientos artísticos, investigaciones, formatos, estilos, o corrientes, es lo que no termina de alinear un medio donde cada uno cuida de su chacha.
La posición de esta crítica, fijándose en las áreas de una pieza que sobrevuelan el acervo artístico, el símbolo, o la intención social, empeoran. Sin demostrar herramientas, narran lo establecido, lo avalado, o incluso el favor. Sin manifestar interés por dar lugar a lo emergente, donde el debate se sucede, los espacios que dan los medios tradicionales al debate cultural —desde los amarillistas, hasta los progresistas— es pobre. Los artistas noveles rara vez tienen lugar para explayar su pensamiento sobre su actividad como si esperaran a ‘ser descubiertos’. En tanto, los grandes espacios culturales, las notas centrales, las fotos tamañosas, están reservadas para destacar —tardíamente— a las figuras consagradas.
Así, el diálogo, en un contexto tan chiquito y desparramado, con muchas oposiciones ideológicas que no tienen medio en el que enunciarse más que en chusmeríos y sahumerios, se vuelve algo intrincado.
Algo sumamente difícil, a priori, porque el artista se dedica a su actividad creadora y es lógico que se le complique para agremiarse. Sobre todo, si pensamos que la mayoría de los creadores, además de pensar en sus creaciones, se ven obligados a pensar en el alquiler.
No digo que sea responsabilidad de los artistas enfrentarse o copar espacios en los medios de un mundo sumergido en el entretenimiento, pero ¿se puede recordar agrupaciones europeas del siglo pasado, soñando con que, en un momento de posmodernismo neto, en Montevideo, pueda pasar algo parecido a un movimiento?, ¿qué existan las epístolas, las contestaciones, los argumentos públicos?
Al fin que siempre terminamos hablando de costumbre y economía. No tendría sentido compararnos, porque, aunque sea cierto que muchas de las corrientes se generaban en condiciones de escasez, los públicos comprendían las artes como un lugar donde depositar su tiempo libre y también las naciones europeas.
Aquí, pensando en el multiverso de la internet, todavía no se han monopolizado demasiado los ejemplos de los países limítrofes, ni los escasos ejemplos locales que pueden ir desde 2008 con Tiranos Temblad, hasta una Evita Luna en el presente. Hay varios intentos de ‘creadores de contenidos’ dando vueltas en un período de timidez, atreviéndome a decir que, como el medio de cada rama es chico, ‘da vergüenza’ iniciarse más allá de la selfie o de la foto del desayuno vegano. Da vergüenza exponer pensamiento y obra.
Menciono las redes porque siento que es el mayor debe que tiene hoy por hoy el arte uruguayo. Las tradiciones de las artes vivas, siento, nos ponen en un estado de defensa ante las nuevas plataformas de expresión como si optáramos por una postura pseudo hippie, que es en verdad conservadora.
Negar la actualidad es —en estos momentos— permitir que las instituciones y sus perspectivas, variables según los poderes ejercientes, nos permitan o no expresarnos con sus subsidios.
También entiendo que, siendo la comunidad artística en su mayoría de izquierdas, quiera mejorar la canal de políticas y prestaciones. Pero pensar obras creadas para dichas plataformas —y no simplemente adaptarlas o usarlas como medio de difusión—, podría desestabilizar la inercia bajo la que nos regimos, incluso obligado a los organismos estatales y a los medios de comunicación tradicionales, a reaccionar.
Parece que jugamos a mantenernos en nuestras posturas, como si tuviéramos miedo de un cambio real y estuviéramos protegiendo el motivo de nuestras quejas para seguirnos quejando.
Las artes visuales se adaptan a esto mucho mejor, pudiendo publicar en Instagram, las exposiciones, las ferias, se trasforman en algo suplementario como pasó hace años con la poesía. Cosa que ahora no pasa con el resto de las artes donde la tradición comanda. La escritura zapatea para premios y editoriales, la actuación sigue siendo demasiado vergonzosa como para depender de sí misma, la música le rehúye a la personalidad y a los personajes, la danza sigue en la sala o en el salón y performa fuera del entendimiento del ciudadano.
Es como si olvidáramos que el arte está más allá del medio. De que el arte solo se usa del medio para acceder al público. Que el arte no es un hobbie y que el artista es un ciudadano de carácter público —o para-público— que cumple funciones sociales.
Antes que a nadie me hablo a mí mismo, intuyo una gran responsabilidad de esta área de la comunidad en torno a la adaptación de sus propuestas, para poder competir por el ojo del espectador, para poder aportar perspectiva a la ciudad expandiendo nuestra cultura. Ya que, según pienso, es el arte, lejos de la producción de resultados y ganancias, una instancia fenoménica, simbólica, y metafísica, donde un espécimen —o un grupo de especímenes— se reúnen a crear un código estético que —si bien está influenciado por lo cotidiano de nuestro mundo globalizado, de la estética que nos rige— abre un portal a otra realidad. Una realidad colectiva, próspera, reflexiva, y analítica.
La responsabilidad, no tiene por qué ser esperar una invitación semiformal de los medios que tengan la varita mágica del reconocimiento y la promulgación. Cuando esa instancia llega, me animo a decir que es imposible la idea de ‘romper desde adentro’ a menos que lo popularizado de ‘ocupar los espacios’ implique la abertura de puertas, la ampliación, y no la sentadilla del mantenimiento.
¿Crear espacios entonces? Puede ser, pero más que espacios, pienso en plataformas de perspectivas.
Quizá fantasear con que un artista manifieste un pensamiento y otro le responda —desde el mismo o desde otro medio— hoy en día suene a infantil, cayado. Las herramientas para comunicar las tenemos desde nuestras propias redes sociales en medios tercerizados de multinacionales. Y, así y todo, lo que menos se haya en Instagram o en plataformas similares centradas en el entretenimiento, son los espacios de intercambio de pensamiento.
De este modo, Esétera, se propone como un espacio de resiliencia donde alojar o fomentar posturas. Esperando, claro está, que no sea el único, sino más de lo mismo en un futuro donde haya más de lo mismo.
Esétera quiere funcionar como medio para que se sucedan los debates, para que las opiniones se encuentren. En este metafísico que nos sujeta, quizá sea Esétera, una invitación.
Anda dando vueltas por ahí el cuento del profesor que le pregunta a sus alumnos «¿para qué sirve un ventilador?», pregunta que dejaré por aquí para retomarla más tarde y darte el tiempo a qué pares a pensar.. En el interín haré tiempo para que la pienses, estoy haciendo tiempo, lo estoy manufacturando, al tiempo, al tuyo, a tu tiempo de lectura, a tus inversiones, a tu ocio, se te va la vida, estás un segundo más cerca de la muerte.
¿Ya pensaste la respuesta? ¿Sirven para refrescarnos? ¿Para enfriar el aire? ¿Para desplazarlo? ¿Para cortarlo? ¿Sirven para dar la sensación de ausencia de calor? La respuesta de este profesor iba por una vía absolutamente paralela: los ventiladores sirven para que el dueño de la empresa de ventiladores se forre de guita. Imagino que el profesor debía de sonreírse cada vez que sus alumnos se alumbraban con la respuesta porque siempre supone una picardía jugar con la lógica establecida realizando un cambio abrupto de paradigma que, sin afectar la premisa, la elude yendo a roer un hueso diferente, a lo mejor ideológico.
Seguido de esta consigna y de un espíritu de calendario que celebra dentro de poco el Día de los Muertos, asumiré una postura un tanto materialista para opinar sobre lo funesto de nuestro sistema funerario.
Procedimiento habitual
Recapitulemos como si fuéramos imbéciles absolutos: cuando alguien muere se llama a una ambulancia y plímbate, se llevan al fiambre en un periodo de tiempo medianamente corto, lo meten en una bolsa bien parecida a las de plástico negro popularmente utilizadas para despachar la basura, y listo, la funeraria se encarga del resto. Hablando de plástico: petrodólares, velorio o no, cremación o entierro, lluvia de películas en el cementerio, nos pican los mosquitos, esé. Ahora bien, ¿cuál será el porcentaje de casos en los que el muerto tiene algo parecido a lo que uno imaginaria como “entierro digno”? ¿Digno de qué? me pregunto, no estoy seguro, simplemente me suena a qué mi abuela apilada dentro de un cajón en una pared llena de cámaras donde se apilan cadáveres podridos, huele mal. Debe oler terrible. Puede que sea mi fantasía pero recuerdo que el equipo técnico usaba mascarillas para abrir la fosa y recuerdo ver por la abertura de la puertita dos-tres cajones más. Esas paredes son terribles, bien parecidas a lo que vemos en las morgues de las películas, cuerpos incrustados en paredes, etiquetas en los dedos gordos de los pies. Pero aquí lo corredizo no es camilla, es forcejeo para que entre y pronto, después, la gente que no tiene capacidad de ver fantasmas se va a andar preguntando si estarán hablándole a su padre o a su tía. A los dos años, reducción, la única opción que se nos da ―a grandes rasgos― termina por ser una mentira, el cuerpo no puede descomponerse, necesita ayuda, el hotel chino, el loocker necesita ser vaciado, viene el siguiente, después de dos años ya pasó el duelo y ahora si querés visitar el cuerpo de alguien podés hacerlo dejando la caja enorme de las cenizas en la mesa de luz por ejemplo.
Queja habitual
Uno paga para eximirse de responsabilidades, nuevamente, petrodólares, y cuando se va sintiendo libre de pesos y colgaduras te llega la llamada y hay que atender a ver a donde la tiramos, la dejamos. Un jarrón en lo alto de un mueble, a ella le gustaban las playas de Rocha, de España, no tengo para el pasaje, ¿cuál era que era el barrio de la infancia?, la tiramos por el wáter, la fumamos como a Tupac.
Es extraño que hasta el acceso a ser comido por los gusanos y descompuesto y tragado por la tierra sea recurso al que la clase alta se atrinchera. Lo más estúpido, sin embargo, es la forma en que se sucede este atrincheramiento como ejemplo a casi cualquier otro lujo. Una empresa sitúa un servicio o producto frente a los ojos del pudiente y éste enseguida gasta millones de dólares en una figurita en formato digital, pasa de pagar por un .jpg a comprar terrenos virtuales en Earth2.
O quizá un ejemplo de inercia política
¿Se podría realmente considerar una estafa aquello que pasaba en los noventa cuando se decía que los ricos compraban porciones del queso lunar? ¿Etarias de cielo?
La aporía del derroche y la falta
Creo que la diferencia explícita entre estos dos derroches de dinero recae en el abordaje de la idea por sobre la materia imponiendo así una falta. Quiero decir, prometiendo un cacho de luna, la persona tentada no hace más que sentir que mientras gente pasa hambre tiene un satélite que parece un plato, o una mancha en ese plato que, cual espectáculo, puede verse a monóculo. Es lo mismo que ocurre hoy día con las NFTs o con la Earth2. La parcela en el cielo es bien diferente, claramente juega con la esperanza, se abusa de la idiotez ―por no decir inocencia―, y sin saberlo ni interesarme en investigarlo digo con certeza lo que me resulta obvio: la fracción de la clase media que no tuvo la suerte de pasar por las configuraciones correspondientes para quedar bien industrializada y no pecar, justamente, de idiota o de inocente, es la que recae en los Erva Life y las estafas piramidales de turno. Lo mismo que cuando la clase media y la clase baja vota derechas. Pero para no seguir con los ejemplificativos, relacionemos las anteriores con los cementerios.
Sistema de creencias
Nuestra clase media ―media-media― industrializada actualmente es increíblemente atea, atea ya en un sentido religioso, no es agnóstica, no duda. La Ciencia, derrocando a la Iglesia volcó a occidente a un nuevo sistema de creencias hegemónico. No estoy diciendo que la Ciencia sea peor o mejor que la Iglesia, de hecho, me simpatiza muchísimo más. Pero, por polémico que suene decir algo así en tiempos donde su dogma manda, el solo hecho de que tenga que excusarme para poder manifestar tranquilamente un pensamiento, significa sin lugar a dudas que una perspectiva es la que tiñe el mundo por sobre otras, y que por tanto, necesita ser sospechada. Lo edificante de la empírea no es excusa que impida el análisis de si la primer viga no está pintada al óleo para descubrir del tópico no más que un cuadro. El procedimiento del fenómeno es sumamente abstracto, el evento por ser observable varía según el ojo y el ojo por ser además de ojo, cuerpo, y el cuerpo por tener memoria y noción de memoria, se sugestiona. Lo que interesa entonces es la forma en que se ejerce el justificado, y el justificado fundamental de la Ciencia es que podemos decir que del excedente de sus investigaciones más profundas resultan de rebote nuestros teléfonos celulares, nuestras viviendas, nuestras luces, nuestras ropas, nuestros libros, nuestros transportes, nuestras comidas, nuestros entretenimientos, esé., nuestro confort.
Para esto la Ciencia nos obliga a serle fiel, la regularización del estudio, del método de estudio, de la técnica específica, y la academización de las distintas áreas de conocimiento, genera posturas que facilitan a la Ciencia ―no a la humanidad― a la Ciencia, el registro del suceso seguido de procedimientos inherentes a la investigación. Cada ladrillo, cada tesis de grado, genera idea de desarrollo más idea de progreso. Estamos sujetos a la productividad. Cuestión que tiene su doble filo, los eventos, la cuestión social en auge (ora género, feminismos, diversidad), ¿son habilitadas y promulgadas por el Capitalismo debido a una válvula que reventaba hace tiempo y revienta, o, estratégicamente porque al Capitalismo sirven como le sirvió a Marlboro poner mujeres fumando en sus afiches? ¿Es ético decir que la cuestión social no se debe a lo social sino a la plataforma en la que lo social se sucede, es decir, al Capitalismo. ¿Cómo es posible que se digan frases como «¿cómo es posible que esto pase en pleno siglo XXI?». ¿No es todo lo que pasa en el siglo XXI inherente al siglo XXI? ¿No es notar la injusticia entorno a la desigualdad de género ―por ejemplo― un ejemplo fundamentalmente representativo de este siglo o por lo menos de este primer par de décadas? Porque a veces siento que nuestra sobredosis de información nos lleva a escindirnos pensando que lo que está sucediendo es una componente asumida cuando solo podemos hablar de procesos noveles, que, por tener historia larga de fondo no significa que estén a rajatabla sentenciados.
Cualquier fenómeno que está pasando, justamente, está pasando, verlo o entenderlo en masa no habla de otra cosa que de lo ímprobo de la comunicación en este período. Ahora sorprendernos, creo, es un error que atiende a nuestra condición de burbuja cuando siento que debería pincharse para que pueda darse la conciencia que hace a una lucha. Asumir perspectivas no debería negar las perspectivas sino apelar a la comprensión por sobre las perspectivas.
Necesidades sociales e invisibilizaciones antiguas
Entonces así, una sociedad que lucha por lo que el trayecto mismo de la sociedad determina en un momento dado de derechos, ¿no debería preocuparse indiscutiblemente por el hambre? ¿Cómo es posible que si hay millonarios intercambiando .jpg como figuritas no se marche y se mueva el mundo por la desigualdad de clases?
Quiero decir, ¿no es importante el hambre y la vivienda, la educación y la salud, la explotación de vidas y de recursos planetarios? ¿No son estas cuestiones sociales ―también injustamente añejas― equivalentes a la igualdad de género, a la sustentabilidad o los viajes espaciales? No estoy diciendo que no se deba o que no sea sumamente necesario pujar y luchar por éstas, solo me cuestiono la implicancia del Capitalismo y su conveniencia a un tiempo dado y qué, si realmente los derechos adquiridos fueron adquiridos expresamente por ser luchados, ¿por qué no se lucha también por estos? ¿Por qué, no se escucha a menudo una pregunta como: «cómo es posible que se inviertan millones de dólares anuales en prototipos de cohetes que explotan antes de despegar, en sistemas de satélites? ¿Cómo un meme tan grande como la ONU se atreve siquiera a expresar que harían falta 267.000 millones de dólares anuales para erradicar el hambre en 2030? ¿No hay prioridades?
Cambio el eje, ¿en qué se fija Netflix? Explota cínicamente la diversidad, la sexualidad, el género y la perspectiva femenina, saca un documental sobre el cuidado del medio ambiente tras otro. Esto que sin dudas es un logro anhelado y brillante, también es preocupante. Es entendible que la industria extienda sus brazos para abarcar toda necesidad o demanda, pero esto lo hace para conformarnos, literalmente, para entretenernos. Mientas decimos ‘un logro sucede’ vemos referentes de lo despótico y de lo misógino en nuestras vidas cotidianas y nos preguntamos «¿cómo es posible que esto pase en pleno siglo XXI?», cuando nos situamos, también, en un mundo donde la indigencia en el arte es prácticamente un tabú aunque tengamos en casi cualquier serie un representante de cada género y de cada etnia, como podría decirse que tenemos un representante de la indigencia en cada una de nuestras esquinas. El mainstream no visibiliza lo que no queremos ver, genera el estereotipo cuando surge el problema, lo abraza y lo hace parte pero esto sesga las problemáticas restantes. La locura y la pobreza en el arte hoy son un cliché tan ridículo como lo supo ser ―y todavía lo es― la esposa o la mucama. Lo marginado, lo que en un tiempo dado es lo sin voz o lo muteado, implica a quienes no tienen un lugar de expresión en la sensación de lo mainstream. Cosa que pareciera no importar porque la indigencia al mainstream no accede. En redes sociales entendemos que estamos entre pares hablando y pensando lo mismo, denunciamos a las derechas, al fascismo, a los misóginos, pero lo hacemos entre pares. ¿Entonces hay que esperar que surja un milagro y que pueda la indigencia agremiarse?, ¿a qué un niño en un semáforo tenga una epifanía y reparta boletines por el barrio y se choque de cara contra su contexto?
Cuestiones arcaicas que decidimos olvidar
Y aquí es que vuelvo al materialismo. En lo eterno de la cosa biológica, sabemos que nos vamos a morir. Este es nuestro sistema funerario, nos entretenemos, sí, en este preludio a la muerte que es además la única certeza que la experiencia científica puede constatar. Luchamos por causas, eludimos la indigencia y la pobreza, creemos que no es nuestra responsabilidad aunque la clase alta nos responsabiliza de la clase baja poniéndonos en la lindera de la limosna a lo que se encierran en sus barrios privados. Estamos jugando a olvidarnos de la muerte o intentando que el pasaje por este plano sea más ameno para nuestras individualidades. No estoy fomentando esta idea de que algunas civilizaciones antiguas tenían resuelta la vida y ya estaban pensando en la muerte. Ni faraones falopeándose en sarcófagos, ni que la sociedad roja piensa en la sustentabilidad, la naranja en la sexualidad, la amarilla en el bien estar, la verde en la estabilidad, la azul en el intercambio ideológico, la índica en la espiritualidad, y la violeta en la muerte. El arcoíris hoy en día sirve hasta para pensar en eso y asumir que una sociedad joven se preocupa por la comida para preocuparse por la vivienda y luego por los derechos y así y así.
En retrospectiva, la concepción sobre la vida de las culturas originarias aquí en América, era lo que les impedía verla como objeto de consumo y crear alrededor de ella un sistema de producción destructivo como el que tenemos hoy por hoy en nuestra modernidad urbana. Nuestros únicos ejemplos de civilización humana que funciona de manera equilibrada con el planeta fue vapuleado y es tomado hoy como un fenómeno de zoológico al que hay que cuidar por pura ética panfletaria, no vemos sus tecnologías ecológicas, no nos interesan sus modalidades de vida simbióticas con el resto del ser. Desde que españoles y portugueses zafaron de los árabes terminando con la Edad Media, con los desembarcos, con el fuerte La Navidad y después la navidad, la tierra se está pudriendo y yo estoy escribiendo esto tomando Coca Cola aun sabiendo que el océano está lleno de plástico. «Un proceso de muerte, de necrofilia» dice Dussel. Ahí está nuestro sistema funerario.
Uno empieza a pensar que quizá los indígenas tenían alguna excusa importante detrás del entierro con sus caballos y sus pertenencias, y que estás, nada tienen que ver con un cielo prometido. Hoy en día puede ser visto como maltrato animal, aun cuando nuestro sistema esta lleno de explotación animal que colaboran a esta destrucción planetaria y no solo en los mataderos, consumimos animales como objetos, ‘queremos un gato, un perro’ y con suerte nos escudamos en el amparo cuando no simplemente en la belleza. Explotamos la vida, tenemos, deseamos. Estamos en un campo de consumo libidinoso donde perdemos constantemente el horizonte del porvenir, la huella de carbono como ejemplo de la huella de mierda que le dejamos al planeta.
La gota de agua que cae al océano, ―estoicos mediante―, me lleva a pensar que ser tragado por la tierra tiene algo de fundamental en el trascender como materia orgánica sustentable. Si verdaderamente asumimos que la materia es materia, ¿cómo no nos preocupa donde es que vamos a ser enterrados? Después mucho Antígona y fascistas que desaparecen gente, ¿pero y ahora? ¿Qué va a pasarnos? Pensemos en el alma ¿cómo no?, pero desde la materia sin genética de por medio, ¿ser cenizas en lo alto de un ropero no debería llamarle la atención a alguien? ¿Cómo se sucederá nuestro reciclaje?
Decidimos olvidarnos. Si nuestra generación pegó un volantaso del positivismo al nihilismo del meme y la ironía, deberíamos capitalizarlo ya que no hay escapatoria a la plataforma, es eso o dejar que el entretenimiento y la idea del éxito nos ingiera mientras nos se nos cae una idea que apunte a algo, parecemos estar olvidando que los gigantes de nuestra Europa bien que se nos parecían y quizá la tenían menos complicada ―está bien― esa podría ser una excusa si obviamos lo antelado para sumirnos nuevamente en la sobredosis de dopamina, pero por lo menos apelaban al movimiento mientras que por acá se los sigue idolatrando, se sigue diciendo en la escuela que Colón descubrió América y recién en nivel terciario se accede institucionalmente a pensadoras y pensadoras con las que compartimos algo de territorialidad.