Bueno, he aquí otra catástrofe nacional. ¿De verde? Bien podrían haberlos pintado de dorado pero claramente nuestros nuevos semáforos, íconos del escudo anti accidente de tránsito ahora pretenden generarle a los peatones epilepsia.
Una larguísima tradición de semáforos rayados se vio arruinada el pasado mes de Agosto ―si no fue antes, lo que sería peor― y pasaron lentamente a teñirse de verde suculenta, como si Montefideo necesitara ser un desierto. Esto, si no me equivoco, tiene que ver expresamente con el plan ‘ABC’ de la Intendencia de Montefideo, y que conste que esta es una revista que vota izquierdas, pero esta, esta no la podemos perdonar.
¡Semáforos verdes! Yo pensaba que el sentido estético de la ciudad estaba planeado y que tenía algo que ver el semáforo con la cebra, que era el blanco y el negro una especie de leitmotiv en lo que al tránsito respecta.
¿Qué va a pasar con aquel semáforo con el que dialogaba Levrero? ¿Alguien me va a decir que reanimó? Todo esto pasa, desde ya te lo digo, por una idea de que tenemos que desarrollarnos, no me sorprendería que próximamente se pinte el Palacio Legislativo de celeste, como si los del otro bando hubiesen entendido que la Intendencia de Montefideo al pintar de verde los semáforos estuviese haciendo una declaración pro aborto.
«Claro» pensaría el Lacallo de nuestra madre estatal, «el semáforo prevé los accidentes de tránsito y entonces la Intendencia Frenteamplista maniobra la semiótica para relacionar el semáforo en verde con algo proabortivo cuando en verdad lo que están planeando es que se relacione el verde de la luz con un ‘avanti morocho’ y entonces el tráfico de esperma aumente en las vaginas de nuestras proletarias y por ende la Ley de Aborto Legal funcione más de lo que está funcionando», ahí es cuando se toma un saque y re manija determina: «Verde contra celeste, somos Argentina, y si Argentina es rozada nosotros tenemos que ser celestes».
Pero no estábamos hablando de eso, no es racional pensar cómo piensa nuestro presidente sobre los semáforos pero tampoco es racional sacarlos de un saque como los sacaron. Puedo llegar a aceptarlos, pero no sé, algo, una fiesta de despedida, llámenme a limpiar las telarañas, préndanlos todos en amarillo como si fueran las tres de la mañana, avisen bo.
Llega ese hermoso momento del año que estábamos esperando. Ese momento en que las veredas se llenan de pelusa. Los ojos, la garganta, la ropa; se llena de pelusa. Hay pelusa. Hay pelusa en todas partes y no hay escapatoria.
Pensamos que la pelusa, esa especie de nieve primaveral que nos tocó, es una herencia maldita que soportamos todos los años y que los alérgicos vemos con terror cada septiembre.
¡Que hermoso momento! Después de casi dos años de esta pseudo encierro en la alegoría de la caverna donde afianzamos más nuestra relación con el celular, las redes sociales y el trending topic, llegó el hermoso momento de salir a la calle a que te abofetee esta tormenta de pelusa y confundir el ataque de alergia con la posibilidad de tener covid y encerrarte nuevamente. Es una buena excusa la pelusa.
¡Pero no! Hace poco me enteré que están cambiando los árboles así que llegará el momento en que no habrá pelusa. No más pelusa. ¿Y de qué me voy a quejar? ¿Qué va a ser de mí el próximo septiembre donde ya no haya más tormentas primaverales? ¿Qué será de nosotros? ¿En serio voy a tener que fingir demencia y quejarme de que La Selección no pierda un partido? Hay que ponernos en campaña para para que prevalezca la pelusa, si a Londres nadie le saca la lluvia no pueden sacarnos los plátanos. No hay que permitirlo.