Anda dando vueltas por ahí el cuento del profesor que le pregunta a sus alumnos «¿para qué sirve un ventilador?», pregunta que dejaré por aquí para retomarla más tarde y darte el tiempo a qué pares a pensar.. En el interín haré tiempo para que la pienses, estoy haciendo tiempo, lo estoy manufacturando, al tiempo, al tuyo, a tu tiempo de lectura, a tus inversiones, a tu ocio, se te va la vida, estás un segundo más cerca de la muerte.
¿Ya pensaste la respuesta? ¿Sirven para refrescarnos? ¿Para enfriar el aire? ¿Para desplazarlo? ¿Para cortarlo? ¿Sirven para dar la sensación de ausencia de calor? La respuesta de este profesor iba por una vía absolutamente paralela: los ventiladores sirven para que el dueño de la empresa de ventiladores se forre de guita. Imagino que el profesor debía de sonreírse cada vez que sus alumnos se alumbraban con la respuesta porque siempre supone una picardía jugar con la lógica establecida realizando un cambio abrupto de paradigma que, sin afectar la premisa, la elude yendo a roer un hueso diferente, a lo mejor ideológico.
Seguido de esta consigna y de un espíritu de calendario que celebra dentro de poco el Día de los Muertos, asumiré una postura un tanto materialista para opinar sobre lo funesto de nuestro sistema funerario.
Procedimiento habitual
Recapitulemos como si fuéramos imbéciles absolutos: cuando alguien muere se llama a una ambulancia y plímbate, se llevan al fiambre en un periodo de tiempo medianamente corto, lo meten en una bolsa bien parecida a las de plástico negro popularmente utilizadas para despachar la basura, y listo, la funeraria se encarga del resto. Hablando de plástico: petrodólares, velorio o no, cremación o entierro, lluvia de películas en el cementerio, nos pican los mosquitos, esé. Ahora bien, ¿cuál será el porcentaje de casos en los que el muerto tiene algo parecido a lo que uno imaginaria como “entierro digno”? ¿Digno de qué? me pregunto, no estoy seguro, simplemente me suena a qué mi abuela apilada dentro de un cajón en una pared llena de cámaras donde se apilan cadáveres podridos, huele mal. Debe oler terrible. Puede que sea mi fantasía pero recuerdo que el equipo técnico usaba mascarillas para abrir la fosa y recuerdo ver por la abertura de la puertita dos-tres cajones más. Esas paredes son terribles, bien parecidas a lo que vemos en las morgues de las películas, cuerpos incrustados en paredes, etiquetas en los dedos gordos de los pies. Pero aquí lo corredizo no es camilla, es forcejeo para que entre y pronto, después, la gente que no tiene capacidad de ver fantasmas se va a andar preguntando si estarán hablándole a su padre o a su tía. A los dos años, reducción, la única opción que se nos da ―a grandes rasgos― termina por ser una mentira, el cuerpo no puede descomponerse, necesita ayuda, el hotel chino, el loocker necesita ser vaciado, viene el siguiente, después de dos años ya pasó el duelo y ahora si querés visitar el cuerpo de alguien podés hacerlo dejando la caja enorme de las cenizas en la mesa de luz por ejemplo.
Queja habitual
Uno paga para eximirse de responsabilidades, nuevamente, petrodólares, y cuando se va sintiendo libre de pesos y colgaduras te llega la llamada y hay que atender a ver a donde la tiramos, la dejamos. Un jarrón en lo alto de un mueble, a ella le gustaban las playas de Rocha, de España, no tengo para el pasaje, ¿cuál era que era el barrio de la infancia?, la tiramos por el wáter, la fumamos como a Tupac.
Es extraño que hasta el acceso a ser comido por los gusanos y descompuesto y tragado por la tierra sea recurso al que la clase alta se atrinchera. Lo más estúpido, sin embargo, es la forma en que se sucede este atrincheramiento como ejemplo a casi cualquier otro lujo. Una empresa sitúa un servicio o producto frente a los ojos del pudiente y éste enseguida gasta millones de dólares en una figurita en formato digital, pasa de pagar por un .jpg a comprar terrenos virtuales en Earth2.
O quizá un ejemplo de inercia política
¿Se podría realmente considerar una estafa aquello que pasaba en los noventa cuando se decía que los ricos compraban porciones del queso lunar? ¿Etarias de cielo?
La aporía del derroche y la falta
Creo que la diferencia explícita entre estos dos derroches de dinero recae en el abordaje de la idea por sobre la materia imponiendo así una falta. Quiero decir, prometiendo un cacho de luna, la persona tentada no hace más que sentir que mientras gente pasa hambre tiene un satélite que parece un plato, o una mancha en ese plato que, cual espectáculo, puede verse a monóculo. Es lo mismo que ocurre hoy día con las NFTs o con la Earth2. La parcela en el cielo es bien diferente, claramente juega con la esperanza, se abusa de la idiotez ―por no decir inocencia―, y sin saberlo ni interesarme en investigarlo digo con certeza lo que me resulta obvio: la fracción de la clase media que no tuvo la suerte de pasar por las configuraciones correspondientes para quedar bien industrializada y no pecar, justamente, de idiota o de inocente, es la que recae en los Erva Life y las estafas piramidales de turno. Lo mismo que cuando la clase media y la clase baja vota derechas. Pero para no seguir con los ejemplificativos, relacionemos las anteriores con los cementerios.
Sistema de creencias
Nuestra clase media ―media-media― industrializada actualmente es increíblemente atea, atea ya en un sentido religioso, no es agnóstica, no duda. La Ciencia, derrocando a la Iglesia volcó a occidente a un nuevo sistema de creencias hegemónico. No estoy diciendo que la Ciencia sea peor o mejor que la Iglesia, de hecho, me simpatiza muchísimo más. Pero, por polémico que suene decir algo así en tiempos donde su dogma manda, el solo hecho de que tenga que excusarme para poder manifestar tranquilamente un pensamiento, significa sin lugar a dudas que una perspectiva es la que tiñe el mundo por sobre otras, y que por tanto, necesita ser sospechada. Lo edificante de la empírea no es excusa que impida el análisis de si la primer viga no está pintada al óleo para descubrir del tópico no más que un cuadro. El procedimiento del fenómeno es sumamente abstracto, el evento por ser observable varía según el ojo y el ojo por ser además de ojo, cuerpo, y el cuerpo por tener memoria y noción de memoria, se sugestiona. Lo que interesa entonces es la forma en que se ejerce el justificado, y el justificado fundamental de la Ciencia es que podemos decir que del excedente de sus investigaciones más profundas resultan de rebote nuestros teléfonos celulares, nuestras viviendas, nuestras luces, nuestras ropas, nuestros libros, nuestros transportes, nuestras comidas, nuestros entretenimientos, esé., nuestro confort.
Para esto la Ciencia nos obliga a serle fiel, la regularización del estudio, del método de estudio, de la técnica específica, y la academización de las distintas áreas de conocimiento, genera posturas que facilitan a la Ciencia ―no a la humanidad― a la Ciencia, el registro del suceso seguido de procedimientos inherentes a la investigación. Cada ladrillo, cada tesis de grado, genera idea de desarrollo más idea de progreso. Estamos sujetos a la productividad. Cuestión que tiene su doble filo, los eventos, la cuestión social en auge (ora género, feminismos, diversidad), ¿son habilitadas y promulgadas por el Capitalismo debido a una válvula que reventaba hace tiempo y revienta, o, estratégicamente porque al Capitalismo sirven como le sirvió a Marlboro poner mujeres fumando en sus afiches? ¿Es ético decir que la cuestión social no se debe a lo social sino a la plataforma en la que lo social se sucede, es decir, al Capitalismo. ¿Cómo es posible que se digan frases como «¿cómo es posible que esto pase en pleno siglo XXI?». ¿No es todo lo que pasa en el siglo XXI inherente al siglo XXI? ¿No es notar la injusticia entorno a la desigualdad de género ―por ejemplo― un ejemplo fundamentalmente representativo de este siglo o por lo menos de este primer par de décadas? Porque a veces siento que nuestra sobredosis de información nos lleva a escindirnos pensando que lo que está sucediendo es una componente asumida cuando solo podemos hablar de procesos noveles, que, por tener historia larga de fondo no significa que estén a rajatabla sentenciados.
Cualquier fenómeno que está pasando, justamente, está pasando, verlo o entenderlo en masa no habla de otra cosa que de lo ímprobo de la comunicación en este período. Ahora sorprendernos, creo, es un error que atiende a nuestra condición de burbuja cuando siento que debería pincharse para que pueda darse la conciencia que hace a una lucha. Asumir perspectivas no debería negar las perspectivas sino apelar a la comprensión por sobre las perspectivas.
Necesidades sociales e invisibilizaciones antiguas
Entonces así, una sociedad que lucha por lo que el trayecto mismo de la sociedad determina en un momento dado de derechos, ¿no debería preocuparse indiscutiblemente por el hambre? ¿Cómo es posible que si hay millonarios intercambiando .jpg como figuritas no se marche y se mueva el mundo por la desigualdad de clases?
Quiero decir, ¿no es importante el hambre y la vivienda, la educación y la salud, la explotación de vidas y de recursos planetarios? ¿No son estas cuestiones sociales ―también injustamente añejas― equivalentes a la igualdad de género, a la sustentabilidad o los viajes espaciales? No estoy diciendo que no se deba o que no sea sumamente necesario pujar y luchar por éstas, solo me cuestiono la implicancia del Capitalismo y su conveniencia a un tiempo dado y qué, si realmente los derechos adquiridos fueron adquiridos expresamente por ser luchados, ¿por qué no se lucha también por estos? ¿Por qué, no se escucha a menudo una pregunta como: «cómo es posible que se inviertan millones de dólares anuales en prototipos de cohetes que explotan antes de despegar, en sistemas de satélites? ¿Cómo un meme tan grande como la ONU se atreve siquiera a expresar que harían falta 267.000 millones de dólares anuales para erradicar el hambre en 2030? ¿No hay prioridades?
Cambio el eje, ¿en qué se fija Netflix? Explota cínicamente la diversidad, la sexualidad, el género y la perspectiva femenina, saca un documental sobre el cuidado del medio ambiente tras otro. Esto que sin dudas es un logro anhelado y brillante, también es preocupante. Es entendible que la industria extienda sus brazos para abarcar toda necesidad o demanda, pero esto lo hace para conformarnos, literalmente, para entretenernos. Mientas decimos ‘un logro sucede’ vemos referentes de lo despótico y de lo misógino en nuestras vidas cotidianas y nos preguntamos «¿cómo es posible que esto pase en pleno siglo XXI?», cuando nos situamos, también, en un mundo donde la indigencia en el arte es prácticamente un tabú aunque tengamos en casi cualquier serie un representante de cada género y de cada etnia, como podría decirse que tenemos un representante de la indigencia en cada una de nuestras esquinas. El mainstream no visibiliza lo que no queremos ver, genera el estereotipo cuando surge el problema, lo abraza y lo hace parte pero esto sesga las problemáticas restantes. La locura y la pobreza en el arte hoy son un cliché tan ridículo como lo supo ser ―y todavía lo es― la esposa o la mucama. Lo marginado, lo que en un tiempo dado es lo sin voz o lo muteado, implica a quienes no tienen un lugar de expresión en la sensación de lo mainstream. Cosa que pareciera no importar porque la indigencia al mainstream no accede. En redes sociales entendemos que estamos entre pares hablando y pensando lo mismo, denunciamos a las derechas, al fascismo, a los misóginos, pero lo hacemos entre pares. ¿Entonces hay que esperar que surja un milagro y que pueda la indigencia agremiarse?, ¿a qué un niño en un semáforo tenga una epifanía y reparta boletines por el barrio y se choque de cara contra su contexto?
Cuestiones arcaicas que decidimos olvidar
Y aquí es que vuelvo al materialismo. En lo eterno de la cosa biológica, sabemos que nos vamos a morir. Este es nuestro sistema funerario, nos entretenemos, sí, en este preludio a la muerte que es además la única certeza que la experiencia científica puede constatar. Luchamos por causas, eludimos la indigencia y la pobreza, creemos que no es nuestra responsabilidad aunque la clase alta nos responsabiliza de la clase baja poniéndonos en la lindera de la limosna a lo que se encierran en sus barrios privados. Estamos jugando a olvidarnos de la muerte o intentando que el pasaje por este plano sea más ameno para nuestras individualidades. No estoy fomentando esta idea de que algunas civilizaciones antiguas tenían resuelta la vida y ya estaban pensando en la muerte. Ni faraones falopeándose en sarcófagos, ni que la sociedad roja piensa en la sustentabilidad, la naranja en la sexualidad, la amarilla en el bien estar, la verde en la estabilidad, la azul en el intercambio ideológico, la índica en la espiritualidad, y la violeta en la muerte. El arcoíris hoy en día sirve hasta para pensar en eso y asumir que una sociedad joven se preocupa por la comida para preocuparse por la vivienda y luego por los derechos y así y así.
En retrospectiva, la concepción sobre la vida de las culturas originarias aquí en América, era lo que les impedía verla como objeto de consumo y crear alrededor de ella un sistema de producción destructivo como el que tenemos hoy por hoy en nuestra modernidad urbana. Nuestros únicos ejemplos de civilización humana que funciona de manera equilibrada con el planeta fue vapuleado y es tomado hoy como un fenómeno de zoológico al que hay que cuidar por pura ética panfletaria, no vemos sus tecnologías ecológicas, no nos interesan sus modalidades de vida simbióticas con el resto del ser. Desde que españoles y portugueses zafaron de los árabes terminando con la Edad Media, con los desembarcos, con el fuerte La Navidad y después la navidad, la tierra se está pudriendo y yo estoy escribiendo esto tomando Coca Cola aun sabiendo que el océano está lleno de plástico. «Un proceso de muerte, de necrofilia» dice Dussel. Ahí está nuestro sistema funerario.
Uno empieza a pensar que quizá los indígenas tenían alguna excusa importante detrás del entierro con sus caballos y sus pertenencias, y que estás, nada tienen que ver con un cielo prometido. Hoy en día puede ser visto como maltrato animal, aun cuando nuestro sistema esta lleno de explotación animal que colaboran a esta destrucción planetaria y no solo en los mataderos, consumimos animales como objetos, ‘queremos un gato, un perro’ y con suerte nos escudamos en el amparo cuando no simplemente en la belleza. Explotamos la vida, tenemos, deseamos. Estamos en un campo de consumo libidinoso donde perdemos constantemente el horizonte del porvenir, la huella de carbono como ejemplo de la huella de mierda que le dejamos al planeta.
La gota de agua que cae al océano, ―estoicos mediante―, me lleva a pensar que ser tragado por la tierra tiene algo de fundamental en el trascender como materia orgánica sustentable. Si verdaderamente asumimos que la materia es materia, ¿cómo no nos preocupa donde es que vamos a ser enterrados? Después mucho Antígona y fascistas que desaparecen gente, ¿pero y ahora? ¿Qué va a pasarnos? Pensemos en el alma ¿cómo no?, pero desde la materia sin genética de por medio, ¿ser cenizas en lo alto de un ropero no debería llamarle la atención a alguien? ¿Cómo se sucederá nuestro reciclaje?
Decidimos olvidarnos. Si nuestra generación pegó un volantaso del positivismo al nihilismo del meme y la ironía, deberíamos capitalizarlo ya que no hay escapatoria a la plataforma, es eso o dejar que el entretenimiento y la idea del éxito nos ingiera mientras nos se nos cae una idea que apunte a algo, parecemos estar olvidando que los gigantes de nuestra Europa bien que se nos parecían y quizá la tenían menos complicada ―está bien― esa podría ser una excusa si obviamos lo antelado para sumirnos nuevamente en la sobredosis de dopamina, pero por lo menos apelaban al movimiento mientras que por acá se los sigue idolatrando, se sigue diciendo en la escuela que Colón descubrió América y recién en nivel terciario se accede institucionalmente a pensadoras y pensadoras con las que compartimos algo de territorialidad.
Aquí desde las ruinas de cultura, bienvenides a la distopía del arte como concepto universal. La ciudad llena, llenísima, de lugares con toques, habilitados y no habilitados, con exposiciones, habilitadas y no habilitadas, con obras, obrones y obritas de teatro, habilitadas y no habilitadas, esé.
Hablan y hablamos de habilitar el arte, pedir permiso y complacer, en este nuevo modélico pandémico, cuasi pos-pandémico, escenario ideal del paradigma neoliberal, nos encontramos regulando el arte: dónde, quiénes, cuántos, a cuántos metros; la espontaneidad perdida para quien monta y quien asiste. Protocolos y cálculos milimétricos como si fuese, únicamente, una mercancía.
Quienes trabajamos en el arte nunca nos ponemos a discutir lo suficiente sobre que pretendemos, si acaso pretendemos algo más que practicar el onanismo barato de “hacer arte y mostrarlo”. Un montón de individuos jóvenes y montefideanos que se la pasan destinando sus ratos libres y no tan libres a montar exposiciones, lecturas de poesía, muestras de danza, obras, obrones y obritas de teatro, pero que nunca se sentaron a mirarse las caras y charlar sobre que carajo están, estamos, estaremos haciendo. No para ponernos de acuerdo, ponernos de acuerdo jamás, para discutir y pensar más allá de nuestro ombligo lleno de pelusas, ¿qué arte queremos hacer? ¿Queremos pedir permiso y complacer o manifestar alguna inquietud de esta realidad dura como refuerzo de concreto?
A mi ―ni a nadie de esta editorial― les importa que hagan con su arte. Hagan lo que quieran, pero sepan qué quieren hacer, porque pertenecemos a una juventud con grandes problemas de autopercepción, con desvaríos crónicos de grandeza, poca autoestima y un egocentrismo galopante en formulaciones de hippies chic y hippies antisistema, que nos dejan encerrados en entornos pequeños y en circuitos diminutos.
La cosa es que no estamos aislados, somos seres sociales, si queremos comunicar arte ¿qué carajo estamos comunicando?
La performance hace nuevamente de las suyas cuando el clímax y el desenlace acaban en las tetas. Lo hipnótico se establece al inicio anunciándonos que va a ser largo y duro, que se estirará y que intentará significar más de lo que significa. Esta es la representación pura de que hay u n ejército de dichos de postraumáticos que se quedaron con el discurso vacío de que el teatro es político obviando de por sí el significado de lo político en general. Sabemos, por ejemplo que Pavlenski clavó su escroto en la Plaza Roja de Moscu y que años después prendió fuego las puertas de la ex KGB, ¿qué sentido tiene performar entonces unos cuerpos epilépticos y danzarines en un galpón? El evento está como está en cualquier parte, pero si pensamos que el teatro sitúa al ser en el parámetro de observar con consentimiento, mostrar un cuerpo hoy en día, por feo que nos resulte decirlo, no significa nada. El cuerpo como tal perdió valor de extrañamiento, el acceso al cuerpo de la otredad está al alcance del ojo y observarlo en vivo, o situarlo como hecho trascendental, nos hace pensar que detrás de eso hay una intención sumamente ‘adolescente sin internet en los noventa’. Exponer cuerpos hoy en día, o ofrecer discurso sobre la exposición del mismo, la aceptación personal, esétera, es algo sumamente trillado. Algo que pasa a menudo en un circuito que intenta constantemente expropiarse de la agenda mundial con el fin de poder alquilar más sillas para culos. ¿Pensó la dirección en qué iba a transmitir? Porque si pensaba que estaba transmitiendo alguna clase de disrupción, claramente, pensó que la disrupción era lo popularizado. Buscar el desglosado del tópico en agenda pareciera cada vez más inalcanzable, los fondos concursables, los medios y los espectadores, realzan a ciegas la temática por sobre su contenido, importando más el título y un esbozo o una promesa de contexto conceptual, que la transmisión de una postura o manifiesto.
En Epilepsia parte 5 los tópicos en auge son nuevamente violados y llevados al ícono, se simplifican, se enrollan generando un cúmulo de clichés coreografiados, asintomáticos e inexpresivos. La belleza de los cuerpos y sus movimientos siempre es agradable de mirar, llegan, en este caso, a ser adormilantes. El mero intento de la dirección de dar voz a sus actuantes, resulta necio y produce además del sueño, la rabia. Remarcando lo sobre explicado como si no fuera la dirección consciente de que el cliché representado había sido representado, como si pensara que estuviese descubriendo la penicilina y la verdad que da pena pensar que alguien no accede a Instagram para comprender que estamos en la burbuja del fastidio y que dentro de ésta unánimemente se vota a la izquierda, se piensa que la izquierda no es la izquierda pero que, «bueno, ya fue», y que se critica al patriarcado, y se fomenta el meme «pues todo es un gang gang».
Esta pieza es casi que para ciegos, pierde cada una de las oportunidades de reconocerse y alcanzar una lágrima de humor o de reconocimiento. La trascendentalidad como peste se desgaja en instancias de desnudos donde un viejo sentado al lado mío parece atender por primera vez en cuarenta minutos y estira el cuello como una tortuga con la pija parada. Esto, sin dudas, habla de que lejos de problematizar la objetivación de cuerpos, Epilepsia parte 5, la fomenta.