Fue menos horror punk entrar al concierto de la gloriosa banda Misfits en el año 2008, en el grande: el Complejo Troya. Concierto, si se quiere decir concierto, mejor digámosle toque, mejor llamémosle changa. Increíble la voz del bajista Jerry Only, análogo del coterráneo Fabian Just (pa’l que entienda los sinónimos in inglish). Pero todo ese vestuario pinchudo, todo ese cuero chalequero, todos esos adornos de instrumentos monstruosos, no eran nada terroríficos en comparación al escenario bostero (que halla su etimología en la bosta) ofrecido por el Dance Club Bluzz Live hoy día.
Un nefasto dándole un discurso a ‘su mujer’ (con esto quiero decir que me da a que la conoció con suerte dos noches atrás) y ahora le dice que ‘no le gustan las escenas de celos’ durante una hora, o más. No miento: el discurso monotemático de la noche.
O la bajita culona que patea para todos lados sus nalgas y abre la pista, ¡la rompe! Abre paso para sus amigos como una experta y si caminan en fila ella va marcando el final del ciempiés. Posta, no jodo, es increíble, pero parece un dibujito 3D salido de Disney Pizzar.
O un macho progre al que saludás simpática para después arrepentirte porque te acordás de que es más macho que progre.
O la pasarela interminable de los choborras yendo y viniendo y yendo y viniendo al baño, al pucho, del baño al pucho y del pucho al baño, y cada tanto el pucho en el baño, y cada tanto a la barra para quemar lo que queda de un aguinaldo malgastado, y de vuelta al baño pa’ descargar el alcohol de la barra.
Todo así. Y una en el medio, intentando bailar como una pelotuda. Ya sin esfuerzo, porque la masa humana, al fin y al cabo, la termina bailando a una. Y para añadirle una teca de picante al asunto se les apaga la música, pensemos que intencionalmente para fomentar el karaoke gratuito.
¿Es intencional el efecto zombi que provocan las luces elegidas por los dueños (o por quién tenga gusto creepy) en los rotos que van a su local? Justo estás viniendo para acá y otro está yendo para allá y te pega la looz verde en la cara. El otro, lo menos que puede tener es un viaje inmersivo hacia la tapa de un disco noventera o hacia una película de terror de bajo presupuesto en donde nadie sabe si lo que te ataca es un fantasma o un globo de látex mal gestionado al que se le asocia un ruido cuasi absurdo.
Para peor acá los main characters son los densos que se te quieren pegar a toda costa, concursando a ver cuál tira el peor chiste o la peor frase, quién te ahuyenta más rápido. Entonces, mi duda es esta:
¿Están los encargados del lugar riéndose de la dureza de sus clientes mediante esa estética, o son gente inocente que no ve lo hilarante del asunto?
Y ya que falta no tan poco para agosto, me adelanto, vengo a recordar aquellas épocas de Bluzz donde se agitaba a puro oldies. Un poco repetitiva la playlist, sí, pero rescataba su brishante peculiaridad de convertirte cualquier día pedorro del año en un 24.
Ahora hay que achicar. Puede pasar algo parecido a lo retro, es verdad, pero hasta las 3 a.m. Después puede pasar cualquier cosa: cumbias sumamente desconocidas, esta canción de moda que me encanta, la de “te estas portando, mal serás castigada”, canciones pogueras muy de la mano de El Revelde, de… la coja ésta, ¿cómo se llama?, La Renga (es un chiste de señora).
Todo perfectamente diseñado para que escapes porque llegan todos los dragones que estaban en La Merquina, porque cierra por esas horas y no entra toda la salsa en el tarro.
Juro que hace tiempo no puedo superar ahí la purga de las 3 a.m. Al menos agradezco que a ningún gil se le haya vuelto a ocurrir tirar gas pimienta pa´ liberar espacio. Por suerte me pasó solo una vez (que no es poco) y no me volvió a pasar. Okei, ya sé, ya sé. Que ya ni sé porque ni pa' que voy ni pa' que intento.
En resumidas cuentas, ojalá pasen una linda noche, piensen bien donde la quieren pasan. Que no todo está perdido, el Bluzz Bar puede seguir rescatando buenos toques, buena comida (encarecida, pero rica), y sobre todo, una puerta bien poblada de zombis que no tenemos dónde caer muertos.
En algunos departamentos conocido como "El ritual de la magia naranja" y en otros tantos como "El ritual mandarina" o "El recorrido de la tangerina". Éste ritual fue registrado por primera vez al rededor del año 1600 por Samuel Pepys, un administrador naval británico. Samuel vio a un grupo de niñas irradiar una energía vital naranja inexplicable y nunca antes vista. Samuel se esforzó por describir la escena en sus textos pero nadie le creyó. "El ritual mandarina" tiene un alto nivel de esoterismo y por eso nunca pudo ser fotografiado (al final del artículo dejo un dibujo ilustrativo para que se hagan maso una idea). Las primeras prácticas del ritual en nuestro país datan de los años 90. El procedimiento consiste en que algunas personas (idealmente cuatro) formen un círculo generando una formación mandarina con el fin de hacer levitar a la semilla central con su energía naranja. Esto no es metafórico, las personas realmente adoptan un tinte naranja, una textura rugosa en la piel y una forma de gajo en el cuerpo. La persona central (idealmente de un signo zodiacal de aire y con la conciencia bastante limpia ―característica que le ha sido difícil encontrar a los practicantes de este ritual, más aún, tratándose de personas de un signo de aire― y principal razón por la que usualmente el ritual falla) que oficia de semilla, se hace diminuta, luce desnuda y levita, for real! Otra cosa exótica que sucede durante la formación mandarina es que las identidades de los participantes se borran, la forma de la mandarina se convierte en la única realidad posible. A causa de esto los participantes no tienen la posibilidad de recordar quién fue el mágico humano de alma limpia que prodigiosamente logro orbitar el evento cítrico desde el mundo aéreo. Por tanto tendrán que disculparme pues jamás podré dar nombre a aquella semilla levitativa con la que compartí ese universo mágico, pero den fe por el amor que le profesan a lo imposible (y les deseo que le profesen amor a lo imposible) de que esta experiencia que cuento verdaderamente ocurrió.
Bueno, he aquí otra catástrofe nacional. ¿De verde? Bien podrían haberlos pintado de dorado pero claramente nuestros nuevos semáforos, íconos del escudo anti accidente de tránsito ahora pretenden generarle a los peatones epilepsia.
Una larguísima tradición de semáforos rayados se vio arruinada el pasado mes de Agosto ―si no fue antes, lo que sería peor― y pasaron lentamente a teñirse de verde suculenta, como si Montefideo necesitara ser un desierto. Esto, si no me equivoco, tiene que ver expresamente con el plan ‘ABC’ de la Intendencia de Montefideo, y que conste que esta es una revista que vota izquierdas, pero esta, esta no la podemos perdonar.
¡Semáforos verdes! Yo pensaba que el sentido estético de la ciudad estaba planeado y que tenía algo que ver el semáforo con la cebra, que era el blanco y el negro una especie de leitmotiv en lo que al tránsito respecta.
¿Qué va a pasar con aquel semáforo con el que dialogaba Levrero? ¿Alguien me va a decir que reanimó? Todo esto pasa, desde ya te lo digo, por una idea de que tenemos que desarrollarnos, no me sorprendería que próximamente se pinte el Palacio Legislativo de celeste, como si los del otro bando hubiesen entendido que la Intendencia de Montefideo al pintar de verde los semáforos estuviese haciendo una declaración pro aborto.
«Claro» pensaría el Lacallo de nuestra madre estatal, «el semáforo prevé los accidentes de tránsito y entonces la Intendencia Frenteamplista maniobra la semiótica para relacionar el semáforo en verde con algo proabortivo cuando en verdad lo que están planeando es que se relacione el verde de la luz con un ‘avanti morocho’ y entonces el tráfico de esperma aumente en las vaginas de nuestras proletarias y por ende la Ley de Aborto Legal funcione más de lo que está funcionando», ahí es cuando se toma un saque y re manija determina: «Verde contra celeste, somos Argentina, y si Argentina es rozada nosotros tenemos que ser celestes».
Pero no estábamos hablando de eso, no es racional pensar cómo piensa nuestro presidente sobre los semáforos pero tampoco es racional sacarlos de un saque como los sacaron. Puedo llegar a aceptarlos, pero no sé, algo, una fiesta de despedida, llámenme a limpiar las telarañas, préndanlos todos en amarillo como si fueran las tres de la mañana, avisen bo.