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El pancho y el preservativo / sin fecha

  • Foto del escritor: Merwina Londés
    Merwina Londés
  • 26 ene 2024
  • 2 Min. de lectura

El salón de dibujo parecía una sitcomedia en plena prueba de yuxtaposiciones. Con Nacho no parábamos de divertirnos en base a lo que fuera, un comentario, una entrada. Éramos reidores. Tentados me insiste para que me siente al lado de The One (alumna nueva de la clase con el pelo decolorado).


Custodiando la puerta vemos al profesor hablando con la profesora de lenguas, compenetrado, alcanzó a escuchar algo, su hija habría dibujado un globo atado con una cadena de pildoritas. «Como crecen» decía.


Algo en la breve mención a un globo en el cerebro de Ignacio hizo un efecto de asociación de ideas didáctico hasta que se le ocurre que sería divertido inflar un condón y tirárselo a The One en la cabeza. No sé cómo, pero logra convencerme ideando un plan en el que para acercarme a ella podría decir que me alejé de la puerta por la corriente de aire.


La Gusanera —que obtiene su apodo por rascarse mucho el culo— se sienta enseguida en mi lugar fingiendo acaloramiento, y Nacho, al entregarme el condón, me dice que es una maniática alcahueta, que hay que tener cuidado. Ya instalado, inflo el preservativo y soy celebrado como un héroe. Pegándole una palmada, con el lubricante en los labios, el condón empieza a pasar de mano en mano rebotando en el aire entre los divertidos.


The One no mira, está meta regla, meta escuadra. Un poco me desilusiona, porque, más allá de eso, me sentía como un héroe, casi que aplaudido. Nacho estaba: «¡a la nueva, a la nueva!», y la nueva mira, pero me parece que no hay manera de gustarle luego de tirarle un condón en la cabeza. Impulsivamente intento tirárselo a mi amigo, pero se desvía, la Gusanera había avisado y le reviento la cara al profesor de matemáticas que no sé por qué estaba ahí.

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