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Sr. No

Entretelones de las artes vivas: terapia de maniquies



En el teatro local entiendo que está sucediendo un fenómeno al que me gusta llamarle el auge de las productoras. Como idea exportada, aparecieron en los últimos años en casi cualquier proyecto de teatro o música independiente. Me explicará el patriarcado por qué, pero generalmente mujeres orquesta, que se encargan de llevar adelante un confuso rol entre la organización del proyecto, la gestión necesaria para que el mismo se lleve a cabo, encargándose también de la economía y finanzas, cumpliendo en tanto funciones de tesorería, de administración, y muchas veces de comunicación o hasta de diseño gráfico.


Haciendo a un lado este señalamiento que viene además de la mano del señalamiento de que generalmente lo que producen son proyectos dirigidos por hombres, paso a pensar en el fenómeno en sí.


Es un hambre metafórica ―aunque con tintes de literalidad teñida de metáfora de privilegio para subvencionados de clase media que hacen arte―, donde ruge el deseo por generar ingresos a través del sueño de un estilo de vida artístico y aún más privilegiado. Así, todo proyecto independiente se provee de alguien que pueda facilitar esta posibilidad hasta donde se pueda. Digamos que lo independiente intenta profesionalizarse siguiendo un inocente protocolo de campaña de éxito.


No podría asegurar que este fenómeno se dé, por ejemplo, en ámbito musical que —a mi entender— funciona de manera muchísimo más independiente dado que sus requerimientos básicos constan de que cada musico cuente con su instrumento. Algo que data de varios privilegios, pero obviándolos, el carácter de la música además se presta para una modalidad de creación espontanea en la que incluso se pueda a llegar a un encuentro provisto de conocimientos para que en el colectivo surja el inicio de una pieza.


Incluso, y según tengo entendido, esto llega a darse en el ámbito espectacular del toque, del concierto, o del recital. No hay dudas que ensayaran las bandas, pero cuando hablamos de la modalidad de invitados, cada músico puede estudiar por separado poniéndose a prueba en el par de ensayos previos a la actuación frente a un público.


Por otro lado, las ramas del arte que prescinden del ensamble, como las artes plásticas o literarias, pueden encontrarse o agruparse sin dudas, pero será casi que exclusivamente en talleres, exposiciones, o editoriales, que suelen funcionar como espacios de difusión o acompañamiento, escapando del diálogo en el que se manifiesta y se responde el manifiesto.

Mientras que aquellas artes que dependan sí o sí de la coordinación de partes para efectuar la pieza, como el teatro, la danza, o las artes performáticas, se ven implicadas en una actividad social continua de cara al resultado, dependientes no solo de instituciones, sino también de pares.


Me uso del medio teatral ya que por verme involuclado puedo permitirme hablar con mayor libertad y dar mejores ejemplos. Aunque sin dudas, el resto del macro artístico de nuestro país siente también una problemática de carencias, tanto económicas como de plataformas para la expresión.


La oportunidad en el teatro prende del subsidio y este prende de la ideología que quiera ser reforzada por la entidad de turno. Existen posibilidades independientes, nadie impide que uno escriba un monólogo y lo presente en los bares, o que haga teatro en su propia casa. Leonor Courtasí o Bruno Contenti dieron buenos ejemplos en esta materia. Ahora, si hablamos de trabajo o públicos, la potencia varía.


Se asume la dinámica como un proceso de reconocimiento lento que tiene como resultado la aprobación de alguno de nuestros medios hegemónicos al acercarse. La necesidad económica hace que el artista acepte tratados de agenda a sabiendas de que deberá sacrificar parte de su arte, porque estas plataformas no suelen estar preparadas para recibir lo que podríamos llamar de lo borde o lo alternativo.


Los artistas periféricos que alcanzan tales invitaciones luego de largas trayectorias corren bajo el lema de algunas opciones: o se adaptan, o ya operaban bajo el marco de estas fuerzas tradicionalistas en la búsqueda de engramparse a un puesto que les fue ofrecido, o, se niegan quedando en esa sombra que crece en la esperanza de que el hacer reiterado, profesionalizado, termine por dar algo parecido a un fruto. O más bien la posibilidad de dar clases, de publicar libros, o de aceptar —por necesidad— alguna de las propuestas antes mencionadas.


Entiendo que hay quienes se usan de fórmulas que apuntan directamente al usufructo, sin importar ni la investigación ni el contenido haciéndose con éstos como exedente de sus experiencias. Y quienes buscan la forma de que su investigación y su contenido termine por dar alguna clase de remuneración.


El arte mal llamado de 'comercial' o que se piensa para lo comercializable, aunque se diga que sirve más de lo que quizá debería a la formación del pensamiento de las masas, opacando de manera radical a aquel que —por capricho— se presente críptico o pesado, nos habla de accesibilidades e intenciones para con los públicos generales.


Intuyo entonces cierta responsabilidad de esta área de la comunidad en torno a la adaptación de sus propuestas —y antes que nada me hablo a mí mismo—, para poder competir por el ojo del espectador, fomentar lo alternante, y comercializar el arte pensando en posibilidades de industrias. Ya que, aunque podamos diferir con la frase del director de la Comedia Nacional «el teatro es de quien lo hace», sabemos que tiene razón a menos que se le cambie el sentido.


Quiero decir, es cualquier arte, lejos de la producción de resultados y ganancias, una instancia fenoménica, simbólica, y metafísica, donde un grupo de especímenes se reúnen a crear un código estético que —si bien está influenciado por lo cotidiano de nuestro mundo globalizado, de la estética que nos rige, esétera— abre un portal a otra realidad que se quiere compartir. Siendo ese su objetivo.


Así la responsabilidad, dista de esperar la invitación semiformal de los medios que tengan la varita mágica del reconocimiento y la promulgación. Cuando esa instancia llega, me animo a decir que es imposible la idea de ‘romper desde adentro’. Aun menos lo popularizado de ‘ocupar los espacios’.


¿Crear espacios entonces? Puede ser, pero más que espacios, plataformas con perspectiva.

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