Exposición y adaptabilidad
Sintiéndome perteneciente al rubro de las artes escénicas, me parece increíble que muchos de mis colegas no estén exponiendo su obra en redes sociales. Me parece increíble no estar exponiendo mi obra en redes sociales. Que no estemos creando formatos pensados específicamente para las mismas, en un presente y un futuro que dicta una modalidad ya conocida, nos pone en un rol conservador contrario a toda percepción pseudo hippie que pueda gobernar nuestro arte.
Reitero, creo que el arte y el artista operan de cara al pueblo, e ir en contra del pueblo y sus accesos o posarse en las antípodas de un capitalismo que es plataforma de vida, me parece un abordaje inocente.
Pensar en las artes escénicas como las concebimos, esétera, me parece que tiene un valor humano inconsciente y anticuado, que no apela para nada a la comunicación, sino que fomenta lo reduccionista en el arte poniendo el culto por sobre la cultura, permitiendo que triunfe el amarillismo y que nuestra región no entienda ni siquiera la potencia comunicacional que entiende y aprovecha la religión y la política desde el antaño.
El arte es la herramienta política por excelencia y aquellos artistas que tengan voz y voto, que tengan intenciones comunicacionales, deben expresarse. No solamente para entretener o aliviar, sino para ser representantes o promulgadores de la diversidad de perspectiva de un pueblo. Para esto, el artista contemporáneo, deberá entender la plataforma en vigencia, y no solamente usarla como medio de promoción, sino que utilizarla como medio de creación.
Decir algo como esto me hace sentir atrasado supino al mundo. En todo caso, por mucho que duela, lo escénico presencial tienen lugar una vez que ya ha pasado lo digital. Es actualmente desde lo digital que alguien consigue la presencia del otro. Y esto no quiere decir que sea necesaria —como adelanté— la promoción de un evento, sino que el evento debe sucederse digitalmente. Y, cuando ya se haya sucedido y haya agradado, recién ahí, puede tomar lugar el evento presencial como suplemento.
Para el uruguayo esto suena duro, pero, aunque resulte molesto o pesimista, las artes vivas son en presente un lujo que pueden darse las grandes naciones, y en poblaciones como la nuestra, personajes económicamente privilegiados. Nadie propone su abolición, pero creo necesario comprender el capricho que supone intentar extraer de las mismas una economía que lo sustente y que además pueda actuar por fuera de una tradición a punto de extinguirse.
Podrá decirse que, dado que lo virtual ‘satura’ a las poblaciones, habrá un retorno a la presencialidad y al convivio. Pero pienso que este tipo de postulados solo oponen resistencias sustentadas en la desinformación sobre las intenciones de los poderes, o que, quienes las postulan, osan del privilegiado pensamiento adolescente siendo adultos, y creyendo poder cambiar el mundo, obvian el resguardo económico que les permite fomentar la austeridad.
El ‘hipismo’ moderno en el arte, está conformado por personas pudientes y, aunque me parece bárbaro —y por bárbaro tendrá su mérito—, no dialoga con el presente de manera incisiva, sino que plantea una forma de vivir la vida por fuera de lo contemporáneo y de lo futuro. Puede encantarnos, pero los valores humanos que plantean se ven constantemente desactualizados, y, en tanto, pienso que deberían ser conscientes de su embanderamiento por sobre lo antiguo, definiendo desde este punto su lucha o perspectiva. Manifestar si creen o no creen en los galpones antes de que exista la regla del cubo de los museos.
El artista contemporáneo, en un país como el nuestro desprovisto de una tradición que lo resguarde, debe comprender las plataformas de expresión vigentes y operar dentro de las mismas. Intentar superarlas, bordearlas, o excederlas, habla no solo de la actividad caprichosa antes referida, sino de una inocencia infante por fuera de toda romanización sobre el infante que a priori significa ‘que no puede hablar’.
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