Fahrenheit terraja: celsius 451
Tadeusz Kantor decía que nunca había sido tan libre creativamente como cuando Polonia cayó bajo el régimen nazi, porque la libertad, en el arte, es un don que no proviene ni de los políticos ni de las autoridades. La primavera progresista mal acostumbró a algunxs artistas que se olvidaron de la bosta cósmica que es el mundo en el que vivimos. Claro, es fácil acostumbrarse a “romper”, entre una cantidad absurda de comillas que no voy a malgastar acá, cuando esa ruptura gana fondos estatales y es aplaudida por cuantxs portadores del sano juicio artístico se pueda encontrar en el circuito de teatros y bares frecuentados por lxs mismxs. Un poco más difícil es aceptar las consecuencias lógicas de meterse con temas sensibles que puedan afectar de alguna manera a alguna de las otras millones de personas que conviven en esta bosta espacial. Y entonces, ante el más mínimo comentario de rechazo, al más ínfimo cuestionamiento, ante cualquier post de mierda en cualquier red social de mierda que dice esta obra es una mierda y los que la hacen son igual de mierda, se abre la canilla de la cloaca de lxs mártires del arte, lxs pobrecitos artistas, que no soportan que su obra no sea recibida como la genialidad que es, con la importancia que reviste, con lo importante que es que esta gente en particular hable de estos temas en particular, y entonces, decía, florece como un berrinche, mientras tiran al carajo sus chupetes, el grito: ¡CENSURA! ¡NO ME DEJAN CREAR! ¡NO ME DEJAN TRABAJAR!
Como si la Santa Inquisición hubiera vuelto para quemarles los chapones de MDF mal pintados. Como si, dueñxs de una verdad reveladora y revolucionaria, no conocida antes por el resto de los mortales, fueran a romper con una hora veinte de morisqueta los cimientos de la civilización occidental. Como si a alguien, alguien de entre el por demás reducido grupo de personas que siquiera se entera de una realización teatral, realmente le importara tanto. En un gesto de egomanía digno de ser incluido en algún libro de psiquiatras viejos y pajeros y haciendo gala de sus dotes más altas de dramatismo, se cargan en seguida una cruz y una corona de espinas y empiezan dale que dale a caminar en un vía crucis que incluye ágoras virtuales y los ya mencionados bares y teatros, poco menos que a lágrima viva, autoproclamándose silenciadxs por cuestionar al poder (si no se hubiera muerto el pelado Foucault se estaría cagando de risa) o vaya uno a saber cuál de todos los status quo que existen.
Si te gusta el durazno, bancate la pelusa. Y si creés en lo que estás haciendo, no te quejes cuando la platea no se para de pie para aplaudirte. Y si te tiran tomates, guardalos, capaz que te sirven cuando a la noche se te acaben los aplausos y no tengas nada para comer.
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