Hay un fantasma que no ronda
Definitivamente nos faltan un par de fantasmas en las filas o algo que nos motive a salir de las alcobas. No hablo ni siquiera de La Peste aunque diría Levón de la peste de Artaud como cuando nos apestamos en el segundo año de la escuela. Esto que pasa es mucho más trágico que una peste por duro que suene decir algo así en un momento donde todo lo que estaba embadurnado en leche ahora parece una babosa muerta con la que uno hace una metáfora podrida y escupida en un mingitorio. La gente muere, sí, no hay trabajo, es verdad, pero también somos responsables de lo que venía pasando desde antes y escusamos nuestra pereza en el reflejo que nos devuelve el ser. Este medio está podrido, si existen referentes trabajan en las sombras o vuelan en aviones a germinar el obsoletísimo del otro lado del océano. No puedo decir certezas sobre lo que acontece en la cuarta luna de júpiter porque todavía no tuve el changüí de ir a explorarla, pero imagino que si pasara algo demasiado interesante nos enteraríamos.
Determinados aspectos de la actividad artística, están callados, están casi que abolidos o hundidos en la crítica o en la queja. El presupuesto será pobre o será inexistente pero no puede depender de eso el arte. La producción artística no debería callarse, y con esto no me refiero a la actividad escolar de lanzar un par de muestras cada año ni a la labor de elaborar una mega producción que vean quinientas personas por quinientos pesos en siete días en formato recaudación exprés. Claramente, de ambas tenemos ejemplos, claramente lo habitual es visitar o mirar de reojo y después pasar al momento de la queja. Últimamente, escucho dos por tres en mis círculos más cercanos un hartazgo al respecto, porque concretamente es terriblemente tedioso concurrir a un teatro, ver una obra, salir y dar una crítica que no pretende ni una céntima de análisis semiótico, que no se fija en prácticamente ningún significante y que, por sobre todo, termina recayendo en una primera fila de lo más mísera cuando se
critica a los actuantes o a las direcciones ―o con suerte― a las estéticas. Nuestro ojo repara en nada menos que la podredumbre por la que nos regimos. Cuando sale una obra de Roberto Suarez, por ejemplo, sucede algo que da rabia, la gente fascinada aplaude y condecora durante semanas y hasta meces, incluso sucede alrededor suyo el halo de una leyenda, pero eso justamente no es lo interesante sino que, aunque guste o disguste, se reconoce un trabajo laborioso, se reconoce un empeño colectivo y organizado de una grupalidad que se esmera durante el tiempo que sea suficiente para llevar adelante no solo un producto sino una investigación que no hace más que abrir sus puertas al momento de necesitar ser expuesta o la tesis ser probada. Otro tipo de procesos, desde mi punto de vista y generalizando, no sirven para nada. El teatro se volvió en este pequeño pueblo de disfuncionales que salen y bordean instituciones en un hobbie, en una idea sobre una profesión o algo parecido que no tiene nada que ver con el arte.
¿Qué es el arte? No tengo idea, no estoy proponiéndome acá dar ningún tipo de respuesta sobre absolutamente nada, sino que exponer mis inquietudes más superfluas que bordean continuamente la falta de tiempos notoria en cada trabajo, la falta de disposición, la falta de aporte y ―sobre todo― la falta de investigación y de registro sobre lo hecho. Yo creo que es necesario investigar, y no investigar en modalida
d de cliché con los famosos ‘laboratorios’, porque no creo que se trate de un laboratorio, hablo de inmiscuirse realmente con la materia de trabajo, es decir, con su propio campo inves
tigativo, con su propio hacer y su accionar. Digo, ¿qué quieren los artistas? Y digo ‘artistas’ como podría decir zapato o caja o caja de zapatos, ¿Qué quieren las personas que bailan con el arte? ¿Qué queremos? ¿Queremos glorificar a los ancestros y hablar de lo que se hizo acá o allá, o queremos ser quienes zarandean y crean movimientos? ¿Queremos seguir imitando e ‘investigando’ sobre lo viejo, o abogar por la creación? Porque si queremos me parece que hay que abandonar la lengua y la cháchara y pasar a ese momento en el que se cambia el adjetivo por el verbo y se acciona para hundirse en el arte.
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