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La crisis de los dormitorios / 18 de junio, 10:20

  • Foto del escritor: Merwina Londés
    Merwina Londés
  • 28 ene 2024
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 15 may 2024


Con motivo del mundial de croquet, mi familia materna se apelotonaba en el cuarto de mis abuelos paternos. Es bueno saber que éstos pasaban con los ojos pegados a la pantalla, y desde siempre se colgaban del cable de los vecinos. Según entendí, una parte de mi familia estaba desesperada por mirar el evento deportivo, y la otra, tenía el dispositivo proveedor.


Mi profesor de matemáticas de tercero estaba fastidiado con la situación dado que daba su clase en la mesa del comedor. Familiarmente se lo entendía como un desgraciado, mi tía comentaba sobre esto, le había invadido la casa la familia de su nuera, y su esposa pasaba la tarde cocinando las galletitas que tradicionalmente funcionaban de cortesía para sus alumnos. En esta oportunidad, se las tragaría la familia contraria en su cuarto.


El ruido de la tele tapaba las cuestiones intimistas con festejos, pero de tanto en tanto se escuchaba en el pico de una discusión una barullo de meadas. Mi abuelo levantaba la voz, intentaba continuar, pero impedido, se encargaba de comunicar que él no tenía nada que ver con el deporte de manera tal que los adolescentes transmitieran a sus responsables que la familia de mi madre no tenía cable y que por eso estaban en su cuarto. 


Mis compañeros de mesa se figuraban que adentro de su cuarto yacía instalada la familia uniformada de casacas oficiales, sentadas en sillas playeras, con pitidos, banderines, sombreros, cornetas, martillos y pelotas inflables. Esto, invadía la mesa como un circo cuando mi abuelo se iba a clavar sus refuerzos a la cocina. Quejándome con mi padre, él decía que me merecía la vergüenza que vivía por haberme llevado la materia a examen.


En una de las veces que mi abuelo se va, le cuento a Grifilda que me gusta leer y ella me dice que no lee, lo que me parece raro, porque soy yo el que no lee demasiado y le había dicho que leía porque siempre la veía leyendo a ella. Luego prende la tele en la cabecera de la mesa y se ve partido. Comenta que sabía que andaba la televisión.


Grifilda estaba convencida de que mi abuelo les estaba mintiendo. Roza su pierna con la mía, le sigo juego. Me obliga a escribirle una lista de las personas que están en el cuarto en su cuardernola a fuerza de la excitación que me produce. Lo hago, pero no alcanza, tengo que sacarme fotos con cada uno de los integrantes de mi familia comenzando por Noharto[1]. Me saco fotos por los pasillos del liceo, con Ezequiel que es un gigante y luego con la Chica Pañuelo que habla de cómo molesto a los profesores. Grifilda se da cuenta de que no son mis familiares y quiere sobornarme diciendo que si le digo lo que pasa adentro del cuarto me dejará tocarle la cola debajo de la escalera de la escuela. Estamos ahí y apunto con la linterna verde que titila, la que me trajo mi padre de Estados Unidos. En cámara lenta la pija de Xazuón, la cara de Delmiro, el pantalón verde manzana de Grifilda. Estábamos toqueteándonos en la escuela.


Paula —teacher de inglés— nos rezonga porque nos escapamos de gimnasia, nos lleva hasta la clase y al abrir la puerta el tío Manolo de musculosa se sentaba frente al partido en la orilla de la cama. Sobre ésta, mi tía y mis primos dormían la siesta. Mi abuela cocinaba en un horno que remplazaba una de las mesas de luz, la ayudaban discutiendo mi tía y mi madre. Donde iría la cómoda, se jugaba a la conga, y a todo esto pasaba la clase.


[1] Noharto, el príncipe. Uno de mis avatares principales. En mi mundo se escribió una novela que lo tenía como coprotagónico, pero fue un standing off, todo el mundo le puso a su hijo Noharto y ahora la gente no sabe ni de donde viene el nombre porque en mi mundo la gente tampoco lee. Entonces hay muchos Nohartos por acá y por allá, pero este Noharto es un Noharto específico, Noharto Real. También, a veces, cuando digo Noharto, me refiero a algún tocayo mío sí, pero sobre todo a uno, Noharto Harto, mi mejor amigo de la escuela (pero este no es el caso, aquí me refiero a mi primo),

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