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Esétera

Opúsculo sobre la crítica en Montevideo y por qué la escribo cómo la escribo

Según entiendo, la crítica teatral en Montevideo es una herramienta explícitamente promocional. Sé que funciona así en otras partes, sé que funciona así en otras artes. Sé que es una cuestión del gusto. Una entidad o un medio difunde su interpretación sobre una pieza a la vez que ofrece a sus lectores una manera de mirarla.


La crítica, como perteneciente al reino del ensayo, estaría supuesta a desarrollar pensamiento y a ser en si misma una pieza literaria. No puedo decir que esto no suceda porque otorgarle o quitarle a un texto la condición de ser o no ser literatura además de no resultarme interesante creo que es el chicle del que mascan los literatos y los culturados de pera para arriba. Tampoco sería coherente decir que no desarrollan pensamiento, porque es bien difícil no desarrollar pensamiento por más estúpido que el pensamiento desarrollado nos parezca y por más poco que se lo desarrolle.


Adyacente a esto, creo que a nivel territorial se confunde la crítica con la reseña y no lo digo por la característica de opúsculo con la que tienden a aparecer artículos en este o este otro semanario o diario o mensuario. Describir una pieza de manera subjetiva, a modo de relato, diciendo que trata de x y destacando un grupo de signos, habla del sustrato promocional combinando esto con el poco interés de los medios comunicacionales en desarrollar pensamiento al exigirle a los escritores —que mal paga— que escriban contándoles el número de caracteres. En ocasiones, lo que esconden estas reseñas es no más que un plan de beneficios o mantener la idea de que un medio está ligado a la Cultura. Cuando es verdad que, por estar ligados a esa Cultura —con capital mayúscula— resultan enemigos de la actividad artística.


Las personas —los Culturados— que leen estas reseñas, al leerlas, no solo pierden la posibilidad de empaparse en un debate en potencia, sino que caen en los «esta me parece interesante» o en los «si la reseñó Tal la voy a ver». Pero, sobre todo, literatos y periodistas, ocupando los espacios comunicacionales, no permiten que los artistas tengan el debate público sobre sus propias maniobras. Se ha perdido esa costumbre y ha quedado en manos de los espectadores y no de los artistas la opinión.


Para peor, dada la densidad de población de nuestra capital, los críticos conocen a Tal y a Tal y es así como tienden a querer quedar bien parados con Este y con Aquel. Quizá más que nada con tres o cuatro instituciones del rubro, sino una, la Hegemonía.  


Si alguien eligiera a un crítico teatral al azar y leyera todas sus reseñas podría llegar a pensarse que nuestro país no solo maneja un gran nivel de producción, sino que todas las obras son magníficas, y que en quince años no ha habido una obra pésima. Podría, sí, uno leer entre líneas y decir, acá tiró flores, acá tuvo que rebuscárselas para decir algo interesante, acá no supo qué decir y entregó la sinopsis extendida.


En síntesis, podría uno entender que eso que llamamos crítica es una herramienta de la Cultura para revalorizarse a sí misma y para que los artistas vendan entradas y se den palmadas en el hombro.


Con todo esto no quiero decir que piense que lo ideal sería que nos acribillemos unos a otros con malicia, me imagino más bien un campo de cuestionamientos y contestaciones. Puedo confesar que ese Tal en quien pensé cuando dije Tal hace dos párrafos me parece un nefasto, que creo que desaprovechó los recursos del Estado y que —por mucho que me entusiasme esa idea— me parece que lo hizo porque es un inútil y no por ninguna otra causa en particular; no creo que la rueda gire maja por ahí.


El medio funciona como funciona, toda producción quiere vender entradas y toda producción querrá, en tanto, su reseña. Pero intuyo que, aunque cueste, y personalmente me cuesta mucho y así he dejado pasar varias invitaciones a criticar piezas teatrales (ja, ja), puede estar bien abrir el diálogo.

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