Teatro prestatario
En primer lugar, puedo hablar de un aspecto muy específico de la creación, que es la creación en teatro. Y una vez copiada esa frase, ya estoy buscando qué más copiar ante el primer problema, ante el primer vacío. Y la copio así, sin comillas, como si yo lo hubiera pensado, o como si por pensarlo yo también, ya tuviera derecho a decirlo.
Además, ahora que sabemos que es copiada, no es menos cierta.
Lo que quise decir en todo ese comienzo es que la copia es la única solución que le encuentro a los problemas de la creación en mi cotidianeidad. Y cuando digo, los problemas de la creación, no es una metáfora, es que la creación trae problemas. En mi caso, crear es (directamente): reconocer un problema o una serie de problemas, y a partir de un marco teórico copiado, plantear una hipótesis poética que va a ser puesta a prueba en un experimento. Este experimento es el teatro, que pone en juego la materialidad del problema, en conflicto, con la materialidad de la hipotética solución. A la comprobación o no de esa hipótesis es a lo que asiste el público en la obra. Pero la obra no es el fin en sí mismo. El fin en sí mismo, es el teatro.
Sumado a esto, el teatro está en (tan evidente que no hace falta explicación) contacto con los múltiples sistemas que lo rodean: la sociedad, sus normas, sus costumbres; la política, sus ideologías, sus burocracias; el capital, sus aberraciones, sus injusticias; El teatro mismo, su nicho, su competencia; esétera.
Podemos distinguir, muy a grandes rasgos, cuatro tipos de teatro: el carnaval, el teatro comercial, el teatro estatal y el teatro independiente. Por supuesto obviando el sin fin de matices. No es mi tarea ahora desmenuzar a fondo cada una de estas categorías, pero me sirve para aclarar que yo hablaré de los problemas que encuentro en el llamado, teatro independiente porque es el que practico usualmente.
Si la sociedad fuera una casa, el teatro sería una pequeña ventana con orientación sur por la que entra más frío que luz y que prácticamente no está al alcance de la vista. Si el estado fuera una casa, el teatro sería una pared de yeso que usas para dividir un ambiente pero que ni siquiera toca el techo, casi un mobiliario que molesta más de lo que conforta. Si el capital fuera la casa, somos el bidet. Y en nuestra propia casa nos comportamos como inquilinos en quiebra que tenemos miedo de cruzarnos al dueño porque le debemos ya varias mensualidades. Bajo esta estructura, lidiamos con todos los que nos agarran de pinta. Para la opinión pública somos inútiles y vagos que no quieren trabajar. Para los sucesivos gobiernos, somos un gasto y de los caros. Para los empresarios, no somos negocio o nos usan para lavar guita. Y en nuestro ambiente nos llenamos de intermediarios, que no favorecen nuestra llegada al público, y además nos ponen condiciones.
Voy a mencionar sueltos, algunos de estos problemas, que no voy a desarrollar porque llevaría demasiado tiempo, pero que son constantes en las conversaciones de grupalidades con las que trabajo y de otras que andan por la vuelta: El poco, casi ínfimo presupuesto destinado a las artes en este país por parte del estado. Las temporadas cortísimas y cada vez más cortas, además de la moda de hacer todas las funciones de corrido, que proponen (imponen) las salas, el mercado o vaya a saber quién. Los fijos mínimos carísimos e innegociables que plantean los contratos. Los intermediarios en ventas (del estilo RedTicket o Tickantel) que estás obligado a usar en determinadas salas y los porcentajes infames que se llevan. El poco espacio de difusión que hay para las artes escénicas en los medios tradicionales. La falta de un corpus crítico serio, amplio y bien formado. La discrecionalidad, el amiguismo y la inoperancia en los criterios de selección. La poca rotación de los lugares legitimados para seleccionar. La crisis de las escuelas en la formación de actores y actrices, en su preparación para trabajar/crear. Y un largo esétera.
Sin embargo, el teatro independiente (que se entienda que sigo generalizando) tiene como una más de sus tareas, revisar a conciencia los problemas específicos de la actividad teatral, de la creación, de la estética y su relación con la verdad (entre muchas comillas). Y encuentra gran parte de su lugar en este ejercicio filosófico. Como si quisiera buscar qué hay detrás (o mejor dicho, adentro) de lo específico teatral, independientemente del roce con los problemas externos anteriormente mencionados.
El teatro (frío y decadente) que hacemos en Montevideo, en su expresión máxima de especificidad, tiene su propia estructura de problemas. Esta estructura no es completamente cerrada y hermética, ya que puede incluir (los incluye a menudo) todos los problemas de las relaciones humanas, de la vida social, de la sociedad de masas y de la dinámica puebleril de la ciudad. Esta estructura (como conjunto de problemas) sería: el medio teatral. La postura que tomo frente al análisis del conjunto de estos problemas, es la hipótesis en la que me baso para justificar el discurso de una obra: toda obra, entonces, es en sí una respuesta al medio.
En mi corta experiencia como creador (barra) teatrista, casi siempre he caído en las mismas hipótesis frente al medio: falta libertad y entretenimiento; sobra prolijidad; no se puede acceder a sentimientos nobles si se busca lo útil o efectivo; la historia o el argumento no es el centro de la especificidad teatral, sino la actuación; lo material tiene jerarquía sobre lo ideal.
En conclusión: no se deja de ser un prestatario, la vida es teatral y la literatura una cita.
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